Un rabino muy religioso vivía feliz con su familia; una esposa admirable y dos hijos querido. En cierta ocasión, por su trabajo, tuvo que ausentarse de casa varios días. Precisamente cuando estaba fuera, un grave accidente automovilístico mató a los dos niños. La madre, sola, sufrió en silencio, como era una mujer fuerte, sostenida por la fe y la confianza en Dios, soportó el choque con dignidad y valor. Ahora bien ¡cómo dar la triste noticia a su esposo? Aun siendo también hombre de fe, ya había estado hospitalizado por problemas cardíacos en el pasado y la mujer temía que, al enterarse de la tragedia, le sobreviniera también la muerte, Sólo quedaba rezar para que Dios le aconsejara la forma mejor de actuar. En la víspera de la llegada del marido, oró mucho… y recibió la gracia de una respuesta. El día siguiente, el rabino regresó al hogar, dio un largo abrazo a su esposa y preguntó por lo hijos. La mujer le dijo que no se preocupara por eso, tomase un baño y descansara. Horas después los dos se sentaron a almorzar. Ella le pidió detalles sobre su viaje, él le conto todo lo que había vivido, habló de la misericordia de Dios… pero volvió a preguntar por los niños. La esposa, con actitud algo confusa, respondió al marido. - Deja a los niños, después nos ocuparemos de ellos. Primero quiero que me ayudes a resolver un problema que considero grave. El marido, ya preocupado, preguntó: - ¿Qué sucede? ¡Te noto abatida! Cuenta todo lo que te pasa en el alma y estoy seguro de que juntos resolveremos cualquier problema, con la ayuda de Dios. - Mientras estabas ausente, una amigo nuestro me visitó y me dejó dos joyas de valor incalculable para que las guardara. ¡Son joyas muy preciosas! ¡Nunca había visto nada tan bello! Va a venir a buscarlas y no estoy dispuesta a devolverlas, pues ya me he encariñado con ellas. ¿Qué me dices? - ¡Hay que ver, mujer! ¡No entiendo tu comportamiento! ¡Tú nunca has cultivado las vanidades! - ¡Es que nunca había visto joyas así! ¡No consigo aceptar la idea de perderlas para siempre!. Y el rabino respondió con firmeza: - Nadie pierde lo que no posee. ¡Retenerlas equivaldría a un robo! Vamos a devolverlas, yo te ayudaré a superar su falta. Lo haremos juntos, hoy mismo. - Pues bien, querido mío, que se haga tu voluntad. El tesoro será devuelto. La verdad es que está hecho. Las joyas preciosas eran nuestros hijos. Dios los confió a nuestro cuidado y durante tu viaje vino a buscarlos . se marcharon………. El rabino comprendió al instante. Abrazó a su esposa y juntos derramaron muchas lágrimas… pero había entendido el mensaje y a partir de aquel día lucharon para superar la pérdida juntos. Del libro “SER COMO EL RIO QUE FLUYE” de Paulo Coelho |