INVITADOS A REFLEXIONAR
Sigamos reflexionando serenamente con sabiduría, dejando que vaya marcando la pantalla de nuestra inteligencia y abonando los campos fecundos de nuestra voluntad.
Nunca repetiremos suficientemente que en este mundo estamos de paso y, en nuestra ajetreada peregrinación, solemos olvidar cuál es nuestro destino, quién nos está esperando y cómo viviremos en los dominios de la eternidad que nos espera. No es inteligente vivir como si tuviéramos morada permanente en esta tierra.
Cuanto más bienes almacenemos, muchas más cosas tendremos que dejar. Cuanto menos acumulemos, más bienes espirituales, permanentes, podremos llevarnos con nosotros a la patria definitiva: el cielo.
Cuidado con seguir el ejemplo de los triunfadores ricos.
Cuidado con acumular bienes materiales, olvidando los espirituales.
Cuidado con usar el dinero solo para nuestro beneficio.
Cuidado con buscar los primeros puestos.
Cuidado con satisfacer todos los caprichos.
Cuidado con despreciar a los que nada tienen.
Cuidado con dejar nuestra cruz a un lado.
Cuidado con abandonar nuestras responsabilidades.
Cuidado con valorar el amor con el dinero.
Cuidado con olvidar el dolor de la humanidad.
Es preciso aprender a compartir lo que somos y lo que tenemos. Nadie puede olvidar el sentido social del dinero. Con él podemos aliviar el hambre en el mundo, ayudar a los más pobres, crear condiciones de vida más humanas, devolver a Dios lo mucho que nos ha dado, llevar adelante nuestras familias y lograr unas estructuras justas y solidarias.
La limosna no entra en los planes de muchos. Y, en el caso que den una ayuda a los pobres, siempre brindan algo de lo mucho que les sobra y, en ningún caso, se privan de algo que necesitan para ellos.
La generosidad cura la enfermedad del egoísmo a la que nos lleva la posesión de bienes materiales.
Dar y compartir son maneras casi divinas de pasar la peregrinación de este mundo, yendo de camino hacia la eternidad. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Y la paga de Dios supera en mucho las dádivas humanas, tantas veces interesadas y siempre pasajeras y caducas.
P. Gregorio Mateu