DOMINGO 20 DE MARZO DEL 2016
Domingo de ramos
PRIMERA LECTURA
Libro de Isaías 50,4-7.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta
mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que
me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por
eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
PALABRA DE DIOS
¡TE ALABAMOS SEÑOR!
SEGUNDA LECTURA.
Carta de San Pablo a los Filipenses
2,6-11.
Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
"Jesucristo es el Señor".
PALABRA
DE DIOS
¡TE ALABAMOS SEÑOR!
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGùN SAN LUCAS 22,
14-23, 56
¡GLORIA A Tì, SEÑOR!
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les
dijo:
"He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes
de Mi Pasión,
porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su
pleno cumplimiento en el Reino de Dios".
Y tomando una copa, dio gracias y dijo: "Tomen y compártanla
entre ustedes.
Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la
vid hasta que llegue el Reino de Dios".
Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo:
"Esto es mi Cuerpo, que
se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria Mía".
Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
"Esta copa es la Nueva
Alianza sellada con Mi Sangre, que se derrama por ustedes.
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a Mí.
Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado,
pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!".
PALABRA DEL SEÑOR
¡GLORIA A Tì, SEÑOR JESùS!
Por
la lectura del Santo Evangelio, sean perdonados nuestros pecados. Amèn
MEDITACIòN
La primera lectura es del profeta Isaías. Los sufrimientos del
profeta en manos de sus enemigos son figura de los de Cristo. Su serena
aceptación de los insultos e injurias nos hace pensar en la humildad de Cristo
cuando fue sometido a provocaciones aún peores.
Es un sufrimiento aceptado
libremente y voluntariamente soportado. Esta idea de aceptación se encuentra
también en la segunda lectura que nos hace penetrar con profundidad en el
Misterio de la Redención.
San Pablo, escribiendo a los
filipenses, habla del anonadamiento (kenosis) de Cristo, el cual no sólo “se
despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo”, sino que incluso se
humilló hasta someterse a la muerte de cruz. Esta era lo último de la
humillación y el anonadamiento, hacerse un proscrito, un desecho de la
sociedad.
Hoy es Domingo de Ramos porque celebramos la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso.
No entra con tanques ni con metralletas para conquistar la ciudad.
Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las trompetas, como lo hacían
antaño los emperadores o los generales romanos después de vencer a los
enemigos. No. Jesús entra montado en un burrito, signo de humildad y de
mansedumbre.
Es aclamado por gente buena y sencilla, y una gran cantidad de sus
discípulos son mujeres y niños.
Lo proclaman rey no con el estruendo de las armas, sino con los
gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o pancartas, sino ramos de olivo y de
laurel, signos de la paz.
¡Éste es Jesús, nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero,
el que entra hoy triunfante a Jerusalén!
Pero también hoy es Domingo de “Pasión” porque iniciamos esta
semana de dolor, que culminará en la Cruz.
Por eso en el Evangelio de
este día se proclama toda la pasión del Señor. Sólo ocurre esto dos días en
todo el año: hoy y el Viernes Santo.
Pero la muerte de Cristo en el Calvario no es una derrota, sino el
triunfo más rotundo y definitivo de Nuestro Señor sobre los poderes del mal,
del pecado y de Satanás.
Estos días santos son, pues, para acompañar a Cristo en los
sufrimientos de su Pasión y en su camino al Calvario: para unirnos a Él a
través de la oración, los sacramentos, la caridad, el apostolado y las obras
buenas.
¡Tántas cosas podemos hacer
en favor de los demás!, pero tal vez nos falta imaginación o inventiva. O
pensar más en los demás y menos en nosotros mismos.
Sólo en la Pasión logramos comprender y aceptar tantas cosas
incomprensibles en nuestra vida y experimentamos en el fondo de nuestra alma el
amor infinito de un Dios que se entregó, hasta la locura, para salvarnos.
¡Sus llagas nos han curado!
Y por ti y por mí volvería a repetirlo con tal de llevarnos al cielo.
Ojalá también nosotros aprendamos a abrazar la cruz, amando y siguiendo
las huellas de nuestro Cristo Crucificado. Eso significa ser católico
(cristiano universal)
MEDITACIÓN
DEL PAPA FRANCISCO
En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está
la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se
humilló a sí mismo”. La humillación de Jesús.
Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el
que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para
caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien
leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas
murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el
fondo, iban contra èl, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y
los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.
En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua,
seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa”
también para nosotros.
Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para
acabar con èl. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo
venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un
malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a
muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los
discípulos, lo negará tres veces.
Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes,
pidiendo que Barrabás quede libre y que a èl lo crucifiquen.
Veremos cómo los soldados se
burlarán de èl, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas.
Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz,
sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de Su Condición
de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de
Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
(Homilía de S.S. Francisco,
29 de marzo de 2015).