¿Entrada triunfal? meditemos sobre ésto, y quizás nos demos cuenta, que la intención de Jesús, no coincide con nuestras visiones más triunfalistas.
De hecho, entra montado en un asno, sabe que camina hacia la muerte y que acabará entronizado en una cruz.
Los apóstoles también lo sospechan, como vimos el domingo anterior, pero como nosotros, disfrutan del momento. Creen, a pesar de todo lo que han escuchado y vivido en esos años, que puede ser el momento de ascender al poder. Vemos en este domingo de ramos, el entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas”.
Podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: "Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras".
Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente Su Pasión.
Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén.
Jesucristo es Rey, pero un Rey que reina como veremos en esta Semana Santa, desde el servicio y el amor (Jueves Santo) y la cruz (Viernes Santo).
Es preciso no inventarse un Jesús distinto al de los Evangelios, sin adaptarle a nuestras fantasías o ilusiones, el Resucitado es el Crucificado, nuestra fe nos invita a seguir su camino, no nuestras intuiciones. Nos lo deja meridianamente claro San Pablo en su Himno a los Filipenses.
Es un buen resumen para estos días que comenzamos: “Cristo a pesar de su condición Divina, no hizo alarde de su categoría de Dios: al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
No tengamos grandes pretensiones o añoremos privilegios, ésto no es una metáfora, el Jueves Santo lo veremos lavando los pies, como hacían los esclavos.
“Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
Lo había dicho antes Isaías: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado”.
En estos días, no se trata sólo de recordar lo que sucedió o reunirnos para celebrar procesiones o actos especiales. La cruz, no engaña, es tiempo como se nos dice, de tener los mismos sentimientos de Cristo, el asunto no es subir, sino rebajarse.
“Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y el abismo, y toda lengua proclame:
¡JESUCRISTO ES SEÑOR! PARA GLORIA DE DIOS PADRE"
Es duro el camino, pero quién dijo que llegar a la Pascua, al Reino, era fácil, tendremos que aprender a vivir en minoridad, en humildad, y a ser fermento, anunciando que Dios nos quiere y en estos días muere, para dar vida al hombre.
Difícil nuestra condición de hombres. Los mismos que hoy le reciben como rey, días después piden su muerte. Difícil también nuestra condición de creyentes. Los discípulos que hoy parecen felices cantando alabanzas y siguiendo al Maestro, dentro de unos días le abandonarán y le negarán tres veces.
Tenemos toda una semana para meditar, en lo más central de la vida cristiana, la fiesta de hoy domingo de ramos, es el pórtico.
En todos los personajes que aparecen en esta semana, encontraremos algo de nosotros, la cobardía, el lavarse las manos, la traición, la fe del centurión, las mujeres al pie de la cruz…pero sobre todo, en ese Calvario tenemos que ver a los crucificados. Nuestras cruces muchas veces son de palillos, pero hay gentes a nuestro alrededor, que llevan cruces que son difíciles de soportar.
Terminemos diciendo con Isaías
: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás”. Estamos buscando la Pascua, ni un paso atrás.