El día de Pentecostés dijo Pedro a los judíos:
"Sepan, pues, con plena seguridad los israelitas, que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien ustedes crucificaron".
Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón, y le preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
"¿Qué tenemos que hacer, hermanos?"
Pedro les contestó:
"Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados sus pecados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo. Pues, la promesa es para ustedes, para sus hijos e incluso para todos los extranjeros, a quienes llame el Señor nuestro Dios".
Y con otras muchas palabras los animaba y los exhortaba, diciendo:
"Pónganse a salvo de esta generación perversa".
Los que aceptaron su palabra fueron bautizados, y se les unieron aquel día unas tres mil personas.
PALABRA DE DIOS.
¡TE ALABAMOS SEÑOR!
R.- "El amor del Señor llena la tierra".
La Palabra del Señor es sincera, todas Sus acciones son leales. El ama la justicia y el derecho, El amor del Señor llena la tierra.
R.- "El amor del Señor llena la tierra".
El Señor se fija en quienes lo respetan, en los que esperan en su misericordia, para librarlos de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
R.- "El amor del Señor llena la tierra".
Nosotros esperamos en el Señor, él es nuestro socorro y nuestro escudo. Que tu amor, Señor, nos acompañe, tal como lo esperamos de ti.
R.- "El amor del Señor llena la tierra".
Aclamación antes del Evangelio
¡Aleluya, aleluya!.
Este es el día del triunfo del Señor; día de júbilo y de gozo.
¡Aleluya!.
† LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGUN SAN JUAN 20, 11-18
¡GLORIA A TI, SEÑOR!
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro. Sin dejar de llorar volvió a asomarse al sepulcro. Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.
Los ángeles le preguntaron:
"¿Mujer, por qué lloras?"
Ella contestó:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó:
"Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando?"
Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:
"Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo iré a recogerlo".
Entonces Jesús le dijo:
"¡María!"
Ella se se acercó a él y exclamó en arameo:
"¡Rabuní!" (que significa "maestro").
Jesús le dijo:
"No me retengas, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre que es el Padre de ustedes; a mi Dios, que es también su Dios".
María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció:
"He visto al Señor".
Y les contó lo que Jesús le había dicho.
PALABRA DEL SEÑOR.
¡GLORIA A TI, SEÑOR JESUS!
MEDITACION
El ejemplo de María Magdalena nos enseña que quien busca con sinceridad al Señor acaba encontrándolo.
María de Magdala ha vuelto al sepulcro. Conmueven el cariño y la devoción de esta mujer por Jesús aun después de muerto. Ella había sido fiel en los momentos durísimos del Calvario.
María no ha dejado de llorar la ausencia del Señor. Y sus lágrimas no le dejan verlo cuando lo tiene tan cerca.
Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Vemos a Cristo resucitado sonriente, amable y acogedor. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.
Bastó una sola palabra de Cristo para que sus ojos y su corazón se aclarasen. Jesús le dijo: ¡María! La palabra tiene esa inflexión única que Jesús da a cada nombre (también al nuestro) y que lleva aparejada una vocación, una amistad muy singular. Jesús nos llama por nuestros nombres, y su entonación es inconfundible.
La voz de Jesús no ha cambiado. Cristo resucitado conserva los rasgos humanos de Jesús pasible: la cadencia de su voz, el modo de partir el pan, los agujeros de los clavos en las manos y en los pies.