La mejor medicina contra los extremismos emergentes y ya confirmados es la cultura. Por más que alguna vez se la adjetive de tal manera, la cultura no puede ser extremista. A veces resulta crítica, transgresora, irreverente, iconoclasta... pero jamás extremista. ¿Por qué? La transgresión cultural se traduce en impulso renovador y aperturista; el extremismo, por el contrario, cierra el foco, fosiliza. Frente a la oleada de posiciones extremistas que recorre Europa de norte a sur y de este a oeste, una medida de urgencia: apostar por la cultura como principal elemento de unidad, como gran discurso de convergencia y de apuesta por el futuro. A fuerza de ser miope y caer en la autocomplacencia y en un solipsismo enfermizo, Europa se ha situado en un escenario demencial, minado por un sinfín de la idea.
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