En el viaje de la vida, desarrollo relaciones personales saludables y vibrantes con otras personas. Sin embargo, puede que cometa errores en el camino. Se ha dicho que la sabiduría proviene del aprendizaje; el aprendizaje proviene de la experiencia; la experiencia proviene de los errores.
Esa puede ser sabiduría convencional; sin embargo, existe una sabiduría mayor la cual puedo utilizar en cualquier momento. Al enfrentar un reto o una oportunidad, inmediatamente invoco mi sabiduría mayor. Uno esta sabiduría a mi fe, mi expectativa positiva, y mi mente en calma. No necesito conocer cada paso del camino delante de mí. Confío en mi conocimiento interno, y procedo con confianza y claridad.
Tu mente obtendrá sabiduría y probarás la dulzura del saber.—Proverbios 2:10
Inspiro y elevo a otros por medio de mis pensamientos y gestos considerados.
Puede que recuerde un tiempo en mi vida cuando un maestro o un amigo me dio ánimo. Yo también tengo esa habilidad. Las palabras que digo tienen el potencial de inspirar y elevar a otros, porque ofrecen energía positiva. Asentir con la cabeza o brindar una sonrisa cálida irradia una vibración armoniosa que afecta a otros positivamente.
Es un honor y una gran responsabilidad mantener una visión elevada por las vidas de los demás. Ofrezco aliento mediante palabras alentadoras y gestos amables. Siento que contribuyo al bienestar del mundo cuando apoyo a los demás.
Inspiro y elevo a otros por medio de mis pensamientos y gestos considerados.
Que el Dios de la paciencia y de la consolación les conceda a ustedes un mismo sentir, según Cristo Jesús.—Romanos 15:5
Siento gratitud por cada oportunidad de servir a otros.
Una y otra vez, al principio de su ministerio terrenal, Jesús nos llamó a tener fe: la fe de un niño, fe tan pequeña como una semilla de mostaza. Puede que asumamos que solo con fe suficiente podemos hacer el trabajo que debemos hacer. ¡Hoy reconozco que lo opuesto es verdad!
Al ofrecer amor y ayudar a los demás en sus experiencias humanas, mi fe se profundiza. Creer se me hace fácil cuando veo claramente el poder espiritual que mis acciones crean.
Entonces, mis elecciones no provienen de una fe ciega, sino de una fe perceptiva. Reconozco el bien que puedo crear en el mundo y fortalezco mi fe con las acciones que elijo.
Los niños son parte de nuestras mayores bendiciones.
Cada uno de nosotros nace en pureza absoluta. Crecemos, vemos y aprendemos en un estado constante de maravilla. Una de las mayores bendiciones que podemos recibir de los niños es ser testigos de su asombro y alegría a medida que descubren el mundo en el que viven.
Jesús nos instó a ser como niños: a vivir con fe, fascinación e inocencia. Los niños nos recuerdan lo que es verdaderamente importante: el amor, la risa, la aceptación, la receptividad y el deleite. Llevo una vida mucho más rica y plena cuando recuerdo acoger mis circunstancias con la frescura y la emoción de un niño.
La vida es una maravilla, y los niños están entre nuestras mayores bendiciones.
Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de los cielos es de los que son como ellos.—Mateo 19:14