Así como sustento mi cuerpo con alimentos todos los días, abro mi mente y corazón para nutrir la energía y la vida espirituales que moran en mí. Me fortalezco desde mi interior gracias a la presencia de Dios.
Un momento de meditación en el que visualizo luz me llena de vitalidad. Comienzo imaginando que cada célula de mi cuerpo es un punto de luz. Contemplo cómo la luz se magnifica y todo mi cuerpo es iluminado con una esencia radiante y espiritual.
Experimento que dicha esencia emana de mí y me vincula con la Fuente de todo. Respiro profundamente y afirmo que la vida de Dios es mi verdadera identidad. Yo soy un ser vibrante, fuerte y saludable gracias a este poder dinámico que mora en mí.