Con el corre corre de la vida, a veces puede que sea difícil detenerme, descansar y cuidar de mí. Tal vez me sienta presionado a hacer una multitud de cosas y a mantener un paso frenético para cumplir con todas las exigencias. De ser así, recuerdo las palabras de una canción: “Me apuro para poder hacer las cosas. Oh, y me apuro tanto que la vida deja de ser divertida”.
Cuidar de mí es honrar al Espíritu morador. Descanso, respiro y desisto de las presiones y preocupaciones. Tomo tiempo para conectarme con Dios a través de la oración y la meditación. ¡También tomo tiempo para divertirme! Cuidar de mí me llena de energía, no disminuye mi capacidad para cuidar de los demás y fortalece mi relación con Dios.
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza.—Salmo 16:9
Aunque atesoro mis momentos de tranquilidad y reflexión, también me gusta disfrutar de la compañía de familiares, amigos y miembros de mi comunidad de fe. Ya sea que estemos trabajando, siendo voluntarios, orando o simplemente compartiendo un momento de solaz, las experiencias compartidas me permiten apoyar a las personas que aprecio y sentirme alentado. Disfruto y valoro nuestra hermandad cada estación del viaje humano.
Durante tiempos de prueba, dificultad o pena, estar en la compañía de amigos y familiares me brinda consuelo y fortaleza. Asimismo, en tiempos de celebración, estar en compañía de otros multiplica mi alegría. En momentos de hermandad y unión, el amor, la paz, el consuelo y el gozo de Dios nos bendicen a todos.
Y todos los que habían creído se mantenían unidos y lo compartían todo.—Hechos 2:44