Todos los santos
Suena la noche, suena el cautiverio tenebroso, cadenas arrastradas por el mármol. Inician !as maderas y el metal la batalla de la orquesta, la nublada obertura crece suave, gotea la cera sobre el paño negro. Si pudieras dormir. Agazapado el volatín de los timbales salta, ríe, te trae desnudo hasta la cama, bufón de cresta roja, cascabeles. Ya no puedes dormir. Estás conmigo, ah vana sombra, aparta tu ternura, tu torrente de lágrimas: la grave camelia del oboe se desangra. Ahí está la mancha. Leve, asciende, voces humanas, órgano, los tubos plateados del álamo en el bosque tienen tu voz. Apaga los blandones, retira antifonarios. Barbitúricos, dosis letal de fiebre y laberinto, tu cabellera flota todavía por amargos violines del insomnio. Sube el fagot, el panteón cerrado ilumina la ojiva de las arpas, pabilos crujen junto al hueco oscuro. Humo es el sauce y su atabal ceniza. Bebe en mi corazón. Cómo estremecen las lilas, las violas, las sonoras cajas el ritmo marcan de latidos. Vuélvete a la pared. Están los sueños exhumando el espectro. Rosas abren por las trompas. Estallan las carcasas de primavera, besos, huellas fulgen. Duerme. El velorio sigue de las flautas, pavanas para un tiempo ya difunto, barraganía inútil del recuerdo
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