En mi vida he conocido a todo tipo de personas con las que no tuve un vínculo inicial mayor que el que tienen un peruano y un cubano en España; no obstante, algo me ha quedado tan claro como el alma de Ghandi: rara vez la gente no te sorprende. Lo mejor del caso es que los “amigos”, hamigos o Amigos que he tenido, sean estos gordos o flacos, altos o bajos, antipáticos o simpáticos, feos o bonitos, sólo tienen un denominador común –el hecho de que son míos– y eso me ha permitido enriquecer mi bagaje personal.
Algunos de estos seres exóticos son como muelas picadas: te mortifican, te irritan y hasta te desquician, pero al final del día, como una niña a su barbie vieja –esa que me compró mi papi–, llegas a tomarle un cariño especial. Otros son como una botella de agua helada en el verano pues te refrescan y te hacen sentir muy bien, pero sabes que es un deleite pasajero. Dichas bebidas refrescantes se calientan unas más presurosas que otras, algunas son más saladas y algunas sencillamente no están purificadas.
Algunas amistades son como un par de muletas, puedes apoyarte en ellas para poder continuar tu camino; en cambio otras te usan a ti como un limón para ceviche, y te exprimen hasta sacarte todo el jugo. Digamos que dependen de nuestra suerte las amistades de las que gocemos, como depende de nuestra actitud el tiempo que ellas permanezcan a nuestro lado, tal como penden de las orejas femeninas los aretes.
Los amigos que hemos tenido pueden haber sido imaginarios y pasajeros como un temblor, o reales y tábidos como los últimos presidentes peruanos; pueden ser caninos y alegres como un payaso de circo o políticos y falsos como muchas disculpas públicas.
Los amigos, por otro lado, son como nuestros pensamientos, llegan a concretarse en excelsas proezas y generar ventura a los involucrados o, de lo contrario, no pasan de ser lucubraciones muy estúpidas. Asimismo, las amistades son como cintas de vídeo: las hay buenas, malas, premiadas sin razón, abucheadas por ignorantes, subestimadas y sobrestimadas, sin ton ni son, insulsas, graciosas, deprimentes, crudas, rimbombantes, mudas, fingidas, con buenas actuaciones y mala dirección, antiguas, futuristas, extranjeras, locales, casuales o elaboradas durante largos periodos.
Algunos de estos ladrones de tiempo llegan a nosotros de forma tan repentina que nos sorprenden cual truco de magia; otros se ven venir como la luz roja del semáforo. Hay amigos que asaltan nuestra mente con sus consejos y nuestro corazón con sus aguinaldos de comprensión; ya sea risa o ternura, aquellos duendecillos amicales que te provocan alguna sensación positiva, de forma sincera, deberían tener ganado el cielo.
En cuanto a las relaciones que forjamos con los amigos, estas son parecidas a las relaciones sexuales, pueden ser fugaces e insatisfactorias o duraderas y lisonjeras, pueden ser sórdidas o tiernas, remuneradas o arbitrarias, embriagadas de amor y respeto o de avidez y profanación. Muchos tienen rostros inefables y actitudes anémicas, a algunos lo recodamos por sus contagiantes risas o los envidiamos por sus irritantes destrezas.
Si todos los amigos que he tenido fueran platos culinarios (desde arroz con huevo frito hasta caviar) supongo que yo sería la mayonesa: puede que combine muy bien con muchos de dichos “platos” pero con otros resultaría nauseabundo siquiera pensar en mezclarme; y puede que muchos me rechacen si haberme saboreado y otros, por el hecho de que me probaron, me rehúsan.
A pesar de estar consciente de que desperdiciamos buena parte de este viaje terrestre en relaciones amistosas que, en su mayoría, no conducen a nada virtuoso; y a pesar de que contradiga directamente uno de los consejos de mi mamá –a quien tanto acato–, me siento impelida a seguir hablando con extraños, a seguir inquiriendo en los corazones de desconocidos hasta descubrir rarezas recónditas secuestradas con celo por la mente de los mismos o sentimientos emporcados con malas vivencias. Me agrada en demasía transgredir aquel umbral de la cortesía y la prudencia, y arriesgarme a ser engañada por un “amigo” –esos que parecen pero no son–, o a sufrir por un hamigo –esos que son pero de los que me separa un obstáculo, a veces construido por la arrogancia o la traición–. No obstante todo lo mencionado, creo que si un buen día te topas con un Amigo –esos de verdad–, y aprendes a llorar de felicidad, a oír sus miradas de auxilio, a olfatear los tonos de su voz o a sentir los latidos de su corazón como tuyos, todo lo apostado –y lo digo por experiencia propia– valió la pena (sí, sí, hambolin, hambolin a las cursilerías)
Los amigos, creo, podrían ser equiparados con todo. Es decir, las analogías que puedes emplear con los amigos oscilan desde los gobiernos (enclenques o poderosos) hasta las universidades (por el prestigio que puedan tener). Sin embargo, los amigos nunca podrían ser hormigas, estos insectitos son en extremo uniformes y sumisos. No, los amigos nunca podrían ser hormigas, cucarachas tal vez, pero hormigas no.
Al final, considero que las amistades son, sencillamente, como los libros pues sean obscenos o notables, típicos o inusitados, furtivos o públicos, todos siempre –aunque queramos negarlo– siempre nos enseñan algo de la vida.