Las Líneas de Nasca, llamadas así desde su descubrimiento en 1927, son el vestigio más increíble jamás dejado por una cultura forjada 300 años antes de la era cristiana: el resultado de sus complejos diseños y trazados, algunos de casi 300 m de longitud, sólo puede ser visto desde el cielo, a 1.500 pies de altura.
Los Nasca, como es de suponerse, no pudieron conocer el vuelo ¿cómo entonces fueron diseñados estos dibujos? ¿qué tecnología usaron? Y más importante acaso ¿para quién fueron puestos allí? Son muchas las teorías que han surgido en torno a estos misteriosos grabados -desde la que sugiere pistas de aterrizaje para seres extra terrestres hasta la que ve en las líneas un gigantesco sismógrafo- lo más probable es que, como señalará María Reiche, estudiosa alemana que dedicó su vida al estudio de las líneas, se trate de un monumental calendario astronómico cuyas figuras marcaban los distintos periodos o fases solares.
Fue también Reiche, llamada por los lugareños el "ángel de las pampas", la que descubrió la ancestral práctica de hacer hendiduras en el duro y seco suelo del desierto para recubrirlas con piedras extraídas de lejanos parajes.
El componente de yeso natural que existe en la región habría contribuido a fijar, durante miles de años, las ya célebres imágenes: el colibrí, la araña, el cóndor, el mono... son más de treinta las representaciones allí inscritas.
Las pampas de Nasca (cuatro en total: Palpa, Ingenio, Nasca y Socos) se encuentran en el departamento de Ica, a unos 460 km al sur de Lima. Las líneas que, como un bordado de los dioses, adornan sus desérticos suelos, ya han sido declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad y aguardan aún que se resuelva el ancestral misterio que esconden sus figuras extraordinarias.
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