a historia más graciosa que recuerdo ocurrió uno de los tantos inviernos fríos y lluviosos que me tocó vivir en de Pelluco. (Escrito por: Gabriela Quintana Rüedlinger)
Un día sábado, como marca la tradición de los días de lluvia, mamá decidió hacer "picarones con chancaca (1)" dándole un especial énfasis pues el integrante más joven de la familia -Adrián de dos años- los probaría por primera vez y sabría lo que es comer algo rico.
Como siempre, mamá hirvió el zapallo, ingrediente esencial, lo molió y mezcló cuidadosamente con los demás ingredientes, como harina, levadura, y lo dejó reposar en una gran fuente de plástico amarilla tapada con un paño. Para que el proceso fuera más rápido y efectivo, puso el boll cerca de la cocina a leña -que teníamos en ese tiempo-, pues el calor ayuda a que la levadura fermene más rápido. Al subir la masa, la fuente se llenó y el contenido se infló tanto que parecía que se derramaría en cualquier momento.
Así pasó la tarde y había llegado la hora de preparar los picarones. Mami, Bernardo -hermano 2 años menor- y yo, nos embetunamos las manos con la masa pegajosa y comenzamos a formar las roscas que mamá colocaba en el aceite hirviendo, para que se cocieran.
Ber y yo nos reíamos pegajosos de masa hasta los codos, jugando a quién hacía el picarón más grande. El único que miraba desde lejos y con recelo era Adrián -el festejado- y por más que tratábamos de entusiasmarlo no consentía en unirse al grupo.
Cuando ya estaban todos los picarones cocidos, doraditos y hermosos, mamá puso la mesa mientras se calentaba la salsa que había hecho sobre la base de chancaca, donde remojaría los picarones.
Nos sentamos felices, listos para probar cómo habían quedado, claro exceptuando a Adrián, que seguía serio como un palo y sin hablar siquiera.
Mamá sirvió dos picarones para cada uno, que ya estaban remojados en la salsa de chancaca con rodajitas de cáscara de naranja y otras cosillas secretas que le dan un sabor único.
Cuando le tocó su turno a Adrián y le instalaron el plato humeante con los picarones calentitos nadando en la salsa color café oscuro, no pudo contener el llanto...
Nos asustamos y le preguntamos qué le pasaba. Lo único que le entendimos entre sollozos era: "¡No quiero comer!" -mirándonos con esa expresión de estar frente a unos criminales o a un montón de locos-.
Mamá le preguntó si le dolía algo, Ber y yo sólo podíamos mirarlo boquiabiertos, el papá estaba serio, con la vista pegada en nosotros, tratando de adivinar qué maldad habíamos hecho esta vez con nuestro hermanito menor.
Después de unos minutos en los que Adrián se calmó, logró explicar lo que le pasaba: "¡No quiero comer caca!" -dijo con la cara llena de horror y fija en el plato con las dos roscas oscurecidas por la salsa de chancaca-.
Entendimos de inmediato lo que había pasado y no pudimos reprimir las carcajadas. Le explicamos que los picarones se hacían con harina, levadura y zapallo cocido; y que la chancaca era azúcar poco refinada y por eso era de color café.
La calma volvió a la mesa, comimos con ganas los tibios picarones y hasta Adrián pidió repetición.