Quizás para el Gobierno de Tamaulipas la muerte de Don Alejo Garza Tamez fue una más, pero para el Pueblo fue un ejemplo de valentía
*Diría la prensa de Nuevo León “Empresario de NL muere al defenderse de sicarios” pero destacando que murió como un valiente, murió en la raya, asesinado por malhechores que intentaron despojarlo de su rancho en Tamaulipas
*Hay quienes quieren que se honre su memoria y se les de su nombre algunas avenidas de Tampcio y ciudad Madero, en su recuerdo
(Artículos tomados de distintos medios de comunicación, son compartidos en el portal del EL SOL DEL SUR, dado a la relevancia del caso)
Monterrey, NL.- El empresario nuevoleonés don Alejo Garza Tamez fue asesinado en su rancho de Güemez, Tamaulipas, al resistir un ataque de sicarios que intentaron despojarlo de su propiedad.
Garza Tamez, de 77 años de edad y originario de Allende, Nuevo León, y socio de la Maderería El Salto, perdió la vida a las 05:00 del pasado domingo en el interior de su casa campestre, luego de ser atacado con armas largas y granadas de fragmentación.
Fuentes extraoficiales revelaron que el empresario era aficionado a la cacería, por lo que poseía armas de colección, las cuales usó para defender el predio ubicado a 23 kilómetros al oriente de la carretera Linares-Ciudad Victoria, en jurisdicción de Güemez.
Trascendió que don Alejo había recibido amenazas de un grupo del crimen organizado para persuadirlo de que desalojara su rancho, pero en lugar de hacerlo, decidió quedarse y enfrentar a los sicarios.
Pese a que las autoridades de Tamaulipas no proporcionaron ninguna información de los hechos, otros voceros aseguraron que antes de caer abatido por balas y granadas, el empresario habría matado a cuatro de los delincuentes que participaron en el ataque a su rancho.
Los restos de Garza Tamez fueron entregados a sus familiares por las autoridades tamaulipecas en Ciudad Victoria, de donde fueron trasladados a Monterrey.
El cuerpo fue velado desde el pasado lunes por la tarde en unas capillas ubicadas sobre la avenida Constitución y el funeral continuó el martes por la mañana. Ese mismo día por la tarde se ofició una misa de cuerpo presente.
Defiende su rancho del narco hasta la muerte
El hampa exigió el 13 noviembre pasado a don Alejo Garza Tamez entregar su propiedad. El hombre de 77 años se negó y atrincheró en su finca; mató a 4 atacantes e hirió a 2.
Monterrey.- Cuando elementos de la Marina-Armada de México llegaron al rancho San José, en las inmediaciones de la presa Padilla, a 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas, vieron un escenario desolador: la austera casona principal estaba semidestrozada por impactos de bala y explosiones de granadas.
En la parte exterior de la finca había cuatro cuerpos. Cautelosos, con las armas listas, exploraron los alrededores y encontraron dos sujetos más heridos e inconscientes.
En el interior de la casa había un solo cuerpo, el de Don Alejo, dueño de la finca y empresario maderero, con dos armas a su lado y prácticamente cosido a tiros.
La inspección del rancho reveló que en todas las puertas y ventanas había armas y casquillos. Eso les permitió imaginar cómo se dio la batalla horas antes.
Los efectivos de la Marina buscaron más cuerpos en el interior de la vivienda, pero no hallaron más. Les parecía difícil creer que una sola persona hubiera causado tantas bajas a las atacantes con fusiles y pistolas de caza deportiva.
Decenas de cartuchos percutidos y el olor a pólvora evidenciaban la fiereza de quien peleó hasta el final en defensa de su propiedad.
Al final entendieron que aquel hombre había diseñado su propia estrategia de defensa para pelear solo, colocando armas en todas las puertas y ventanas.
La historia comenzó a escribirse la mañana del sábado 13 de noviembre, cuando un grupo de hombres armados y amenazantes fue a darle un ultimátum a don Alejo Garza Tamez, dueño del rancho: tenía 24 horas para entregarles el predio o se atendría a las consecuencias.
Con la diplomacia de sus casi ocho décadas de vida, don Alejo les dijo que no les entregaría su propiedad. Y ahí estaría esperándolos, les dijo con llaneza.
Después del incidente, reunió a sus trabajadores y con tono grave y enérgico les pidió que al día siguiente no se presentaran a trabajar, que lo dejaran solo.
Durante ese sábado se dedicó a hacer un recuento de sus armas y municiones y a preparar la estrategia de defensa de su casa como si fuera un cuartel militar.
Dispuso armas en los flancos más débiles: las puertas y las ventanas del rancho. La noche del sábado 13 fue larga y sin sueño, como en sus mejores épocas de caza, pero amaneció temprano. Poco después de las 4 de la mañana los motores de varias camionetas se oyeron lejos.
Los marinos que exploraron el rancho pudieron imaginar cómo fue aquella madrugada, con gatilleros armados, seguros de la impunidad, seguros de que pronto tendrían en su haber otra propiedad. Nadie, o casi nadie, se resiste a un contingente de pistoleros que portan armas largas. Sólo don Alejo.
Las camionetas entraron al rancho y se apostaron frente a la finca. Sus ocupantes descendieron, lanzaron una ráfaga al aire y gritaron que venían a tomar posesión del rancho. Esperaban que la gente saliera aterrorizada y con las manos en alto.
Pero las cosas no salieron como esperaban. Don Alejo los recibió a balazos y pronto un ejército entero disparaba contra la vivienda principal de la finca. El ranchero parecía multiplicarse y los minutos debieron parecerles eternos a quienes habían visto en él una presa fácil. Cayeron varios forajidos y los demás, enojados y frustrados, arreciaron el ataque. De las armas largas, los sicarios pasaron a las granadas.
Cuando al fin llegó el silencio, el aire olía a pólvora. Los agujeros en los muros y ventanas de la estructura indicaban la violencia del ataque. Cuando entraron en busca de lo que suponían era un amplio contingente, les sorprendió hallar a uno solo. Don Alejo.
Los sicarios sobrevivientes hiceron un rápido reconocimiento del terreno y optaron por abandonar la plaza. No se apoderaron del rancho, porque pensaron que pronto llegarían los militares y prefirieron huir. Dejaron lo que creyeron eran seis cadáveres, pero dos pistoleros estaban heridos.
Poco después llegaron los infantes de Marina y, poco a poco, pacientemente, reconstruyeron los hechos. Un ranchero, un hombre que amaba su propiedad más que nada en el mundo la defendió literalmente hasta la muerte.
En la última cacería de su vida, don Alejo sorprendió al grupo de sicarios que quiso imponer en su rancho la ley de la selva, la misma que ni el poder del Estado ha podido controlar.
Los marinos presentes no olvidarán nunca el cuadro: un anciano de 77 años se llevó por delante a cuatro sicarios antes de morir peleando como el mejor soldado: con dignidad, honor y valentía.
Descanse en paz don Alejo Garza Tamez.
FUENTE: http://www.milenio.com/node/583343
Yo me muero donde quiera
Cancionero-Félix Cortés Camarillo
Si se hubiera llamado Aquiles Serdán y hubiera muerto en Puebla acribillado a balazos cuando defendía a bala su casa y su causa, su credo y su vida a mediados de noviembre de 1910, hubiera sido uno de los héroes de la Revolución mexicana despreciados por el presidente Calderón en la ceremonia del sábado.
Pero se llamó Alejo Garza Tamez, y murió a 30 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas, acribillado a balazos cuando defendía a bala su casa y su causa, su credo y su vida a mediados de noviembre de 2010.
Por ello, don Alejo es solamente una estadística más en el macabro conteo de nuestra inseguridad, especialmente en Tamaulipas.
Pero es algo más, también. El setentón norteño, empresario maderero, había sido visitado en su rancho por los bandidos, que hoy no sabemos y menos importa a qué bando pertenecen, pretendiendo quedarse con su propiedad.
El hombre los mandó a chingar a su madre. Ellos dijeron que volverían.
Él sabía que sí lo iban a hacer y mandó a los empleados del rancho San José a sus pueblos. Sacó, del propiamente llamado armario, las carabinas que usaba en la cacería, a la que era aficionado, y se pertrechó. No eran muchas sus armas.
Los bandidos llegaron en seis camionetas negras y todo mundo —bueno, ese pequeño universo— comenzó a disparar. Don Alejo se cargó a cuatro cabrones de entrada. Me dicen que dos, después. Al final de la historia los agresores lanzaron granadas, rompieron la puerta y encontraron al hombre muerto. Sin balas.
Nos han criado en la cultura del machismo altivo, dispuesto a colocar nuestra vida en defensa de lo que consideramos válido, respetable, digno. La hispánica honra claro; la familia, la vida, el patrimonio, la mujer, la fe si se quiere. Yo no estoy en lo absoluto reñido con esta formación y cuando sea necesario daré mi vida por lo arriba citado.