Karina Galarza Vásquez
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Existen seis emociones básicas que rigen la conducta humana: placer, amor, alegría, tristeza, miedo e ira, siendo esta última considerada la más dañina debido a que suele ser difícil controlarla e, incluso, es capaz de llenar de odio al ser humano, lo cual no sólo tiene repercusiones en la salud mental, sino también en la física.
Es normal que lleguen momentos en los que perdamos la calma y estallemos en ira, lo que generalmente ocurre cuando algo o alguien entorpece nuestros planes, al enfrentar un fracaso, si un semejante actúa con nosotros de manera impertinente o grosera, o bien, al sentir incapacidad para resolver algún problema. Ante ello es necesario tener en mente que este tipo de experiencias, aunque en principio nos generen enojo, son elementales en el proceso de aprendizaje, pues permiten detectar los errores propios, adquirir madurez y manejar en forma inteligente las situaciones adversas.
Sin embargo, hay personas que no tienen control sobre sus emociones y ante la más mínima dificultad manifiestan desagrado y coraje que les impide razonar sobre el conflicto en cuestión. Cuando esto sucede se alteran diversas funciones del organismo, así, el corazón presenta sobresalto y late de manera apresurada, la garganta se "anuda", hay resequedad en boca, sudoración, temblor de manos y piernas, y el rostro se transforma mediante exageradas gesticulaciones. Esto culmina con gritos, agresión verbal y, en ocasiones, también física; no obstante, hay quienes no expresan su enfado y sólo se limitan a alimentar resentimientos.
¿Por qué se pierde el control?
Aproximadamente 60% del temperamento se hereda y el porcentaje restante se aprende, lo que nos indica que el control o descontrol sobre las emociones, entre muchas cosas más, se adquiere a través de la educación proveniente de progenitores o tutores y del entorno familiar en el que se desarrolle el ser humano desde la primera infancia. En esta etapa al niño se le satisfacen todas sus necesidades y conforme va creciendo se le empiezan a indicar límites y restricciones, lo que de momento le ocasiona ira, la cual la manifiesta al aventar los juguetes o lo que encuentra a su alcance.
Ahora bien, cuando el pequeño comienza a hablar expresa su desagrado mediante la palabra "no", además, suele rehusarse a aprender a ir al baño. Años más tarde desarrolla enorme gama de habilidades físicas y verbales, que se traducen en diversas formas de manifestar su enojo, por ejemplo, muerden, empujan, pegan y patean, acciones que van acompañadas de frases como "te odio" o "déjame".
De los padres o tutores depende que este tipo de conducta pueda ser bien manejada por el pequeño, pues deben enseñarle de manera amorosa que hay reglas que debe respetar y hacerle entender que:
- No siempre se obtiene lo anhelado.
- Algunas veces se gana y otras se pierde, sin que ello signifique ser un fracasado.
- La mayoría de los problemas tienen solución.
Además, siempre es conveniente proporcionarle clara explicación de lo que sucede en casa y de las actitudes que pueden beneficiar o dañar a otras personas. Pero nunca se le deben decir la siguientes frases: "Me obedeces porque soy tu padre", "no preguntes y hazme caso" y "porque yo lo ordeno", ya que ello va generando rencor y poca tolerancia hacia sus semejantes y situaciones frustrantes.
Asimismo, es fundamental predicar con el ejemplo, pues aunque llega a ser válido enfadarse es necesario enseñarles a los chicos que los problemas pueden resolverse serenamente después de que ha pasado el coraje, pues cuando éste persiste no se tiene claridad de pensamiento.
Paso al odio
Cuando se experimenta enojo con frecuencia y éste nunca se expresa ni racionaliza, irremediablemente se acumula y convierte en odio, sentimiento que se manifiesta mediante conducta hostil, agresiva y repulsiva hacia alguien en particular. Quien vive con resentimiento normalmente no está conciente de las causas que lo originaron, a cualquier situación siempre le busca el lado negativo, responsabiliza a los demás de sus fracasos y recrea sus problemas con amigos y familiares.
Pero eso no es todo, ya que está convencido que el mundo está en su contra, nunca acepta que tuvo cierta responsabilidad en los conflictos que ha vivido y afirma que no le es posible olvidar el "daño que le ha hecho la gente", por lo que la palabra "perdón" no tiene cabida en su vocabulario.
Regularmente estos individuos se hacen pasar por víctimas ante los demás, aseguran que siempre hacen lo correcto, dicen sentir orgullo por odiar a determinada persona y afirman que son felices al lastimar a quienes los han agredido. En realidad, estas personas sufren en demasía porque tienen grandes carencias afectivas y resienten el rechazo de quienes los rodean, son inseguros e inmaduros, su autoestima suele ser baja y es común que presenten crisis de ansiedad.
Asimismo, estudios recientes han demostrado que los seres que guardan odio descargan este sentimiento mediante enfermedades físicas, como migraña, gastritis, infecciones (en estómago, vías respiratorias y piel), alergias, hipertensión arterial e infartos, entre otras; padecimientos que pueden poner en riesgo la vida.
Batalla
Las personas que no pueden controlar la ira ni desprenderse de resentimientos deben someterse a tratamiento psicológico y/o psiquiátrico, ya que principalmente se dañan a sí mismas. Ante todo, es indispensable que los afectados reconozcan que tienen un conflicto que les impide ser felices y relacionarse socialmente, lo cual llega a ser labor difícil, pero no imposible. Lo importante es que sus familiares y amigos les proporcionen apoyo y les hagan ver muy sutilmente que su conducta no es la ideal, para lo cual pueden recurrir a la típica balanza que valora las cosas buenas y malas, o bien, sugerirles que hagan un recuento de su vida y después juzguen si desean seguir en las mismas condiciones.
Cuando el paciente comienza a reconocer que no está haciendo lo correcto, inmediatamente se tiene que someter a psicoterapia, método que tiene como principal herramienta la comunicación estrecha entre paciente y especialista, lo que permite al primero expresar sus conflictos y al segundo guiarlo para que descubra las causas de los mismos. Asimismo, la terapia ayuda considerablemente a descargar el coraje de manera sana (mediante relajación o práctica de ejercicio), liberarse de odios, incrementar la tolerancia a la frustración y a manejar de manera eficaz las dificultades.
Conforme avanza el tratamiento el paciente mejora su autoestima, acepta sus limitaciones, reconoce sus capacidades, alcanza la madurez y logra autocontrolar el enojo aunque se exponga a estímulos agresivos. Cabe destacar que la recuperación es más rápida si el afectado se inscribe en alguna actividad recreativa, por ejemplo, pintura, baile, algún deporte, artes marciales, yoga o taller de literatura.
Como usted sabe, enfadarse es inevitable, sin embargo, hay que mantener, en la medida de lo posible, la serenidad e, impedir a toda costa, que la ira controle nuestra vida.