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Rosario
se ha puesto guapa para recibirnos. "Yo coqueta hasta el final". Y es verdad. Se
ha peinado. Lleva las uñas recién pintadas de un luminoso color salmón. Y lanza
una difusa sonrisa. Soltera, con dos hermanas y dos hermanos, hace tiempo que
dejó atrás su vida de siempre. A los 78 años recuerda con nostalgia sus tiempos
mozos, cuando andaba de acá para allá entre los vestiditos, pantalones y
diminutos zapatos de una tienda de ropa infantil de la calle de Castelló.
Madrileña acérrima, 'gata' de pura cepa, hoy tiene los ojos cansados pero
chispeantes, por momentos hasta pícaros. Con ellos mira de frente a la muerte.
Sin pestañear, apenas con un atisbo de temor.
Un tumor en el
estómago se cruzó en su camino. El cáncer le devora las entrañas. Y Rosario es
consciente de que ya no hay retorno. El hospital Laguna, en Madrid, es ahora su
mundo. "Tía Charo, ponte buena. Te quiero". Un folio con una flor de trazos
infantiles y este animoso mensaje cuelga de una pared de su cuarto. Ella mira el
dibujo. Suspira. Acaricia una mano de la doctora Yolanda Zuriarrain, la médico
en la que más confía. Pasea sus ojos entre la pintura de su sobrina y el rostro
de los visitantes. Sabia, la anciana percibe nuestro temor, el miedo a hablar de
la muerte, el tabú y la incomodidad en las palabras de una persona cegada por la
cultura de la vida. Y da una lección de entereza y humanidad. Una lección de
valor.
- Rosario, la gente
cuando tiene una enfermedad grave, a veces piensa en la muerte.
¿Usted...?
La anciana no deja
ni terminar la pregunta. La interrumpe con una mirada. Abre inmensamente los
ojos. Transmite una lucidez que asombra. No llora. No se lamenta. Su voz solo se
apaga al hablar de su familia. Pero responde a la dubitativa pregunta con una
serenidad que pone la piel de gallina... "Sé que me voy a morir. Tú también te
vas a morir... Todos lo vamos a hacer. Esto que tengo (se acaricia el vientre,
hinchado por los rigores del cáncer) yo sé que curarse del todo no se cura. Pero
que sea cuando Dios quiera".
Rosario es una de
los 500 personas que cada año pasan por las 45 habitaciones del hospital de
cuidados paliativos Laguna. Anualmente 250.000 enfermos se ven en este trance en
España: mirar de frente a la muerte. Y en el país solo hay dos centros médicos
especializados en la materia. Este de Madrid y otro en Benalmádena. Son el
último hogar para personas con cáncer, con dolencias neurológicas degenerativas,
con insuficiencias avanzadas en órganos vitales. Enfermos para los que ya no hay
tratamiento médico posible, seres humanos a punto de dar el paso final en sus
vidas. Los cuidados paliativos buscan aliviar cuerpo y mente. Los fármacos
eliminan cualquier dolor. La sedación total siempre es el último recurso. No hay
tratamientos 'agresivos'. Lo máximo, una inyección o la vía para un gotero. El
trabajo de médicos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales,
fisioterapeutas y un capellán buscan en Laguna paliar la angustia vital y los
miedos del paciente y sus familiares.
¿Muerte
digna?
V visita el
hospital mientras el Gobierno ultima la llegada al Congreso de una ley que
regulará los cuidados paliativos en España. Unos 60.000 pacientes necesitados de
ellos no reciben la atención adecuada. No faltan medicamentos. El dolor parece
una batalla ganada. Pero la sanidad convencional no ofrece siempre el
tratamiento multidisciplinar (médico, psicológico, de asistencia a las familias)
que estos enfermos terminales precisan.
El texto legal ya
va con retraso. El Ejecutivo de Zapatero lo prometió para marzo. Y tiempo es
justamente lo único que no tienen las personas necesitadas de estos cuidados. La
visita al hospital Laguna sirve para comprobarlo. Mateo Benítez era uno de los
pacientes más veteranos del centro. Llevaba allí siete años. Antes de ingresar
aquí, después de quedarse en coma por una Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA),
le habían dado un suspiro de vida. Por su ejemplo de vitalidad, entusiasmo y
ganas de luchar, la dirección del centro le propuso el lunes participar en este
reportaje. Respondió que sí, que encantado. No pudo hacerlo. Murió al día
siguiente.
Elena Carrascal
traga saliva al recordar a Mateo. Aún lo ve repartiendo caramelos entre los
internos, arrancando una sonrisa a algún compañero apesadumbrado... "Cada día es
un regalo", solía decir. Elena es subdirectora de Enfermería y parte del medio
centenar de trabajadores del Laguna. "Como profesional jamás te acostumbras del
todo a la muerte". Es el precio de una alta implicación para evitar el dolor, el
insomnio, la ansiedad, el miedo... Aquí no hay coraza contra los dramas
humanos.
Las vidas de los
pacientes forman parte de la vida de Elena. Como la de Max Baldín, un ingeniero
peruano preso del cáncer que antes de morir pudo cumplir su sueño: exponer sus
pinturas en el hospital y que su familia viajara a verlo desde Sudamérica.
"Gracias", se lee en su legado, un cuadro de Max con un motivo inca que cuelga
en uno de los solitarios y silenciosos pasillos del centro. O la vida de José
Manuel, aún en Laguna. Lleva siete meses ingresado. Ha devorado 40 libros en ese
tiempo. Hincha acérrimo del 'Atleti', el hospital hizo realidad uno de sus
anhelos ver un partido en el palco del Vicente Calderón. O la historia de Félix,
un paciente drogadicto que ingresó desahuciado y con un tatuaje en cada pierna:
'Estoy cansada', en la izquierda; 'Yo también', en la derecha. Su respuesta ante
el drama fue mostrarse tremendamente agresivo. El trato en Laguna fue la vacuna.
"Nunca me han dicho te quiero", recuerda Teresa que dijo antes de morir en paz.
"Es vital que cierren todos sus proyectos y cuentas pendientes", explica esta
enfermera santanderina.
La inminente ley se
mueve en terrenos fangosos. Las espinas de la eutanasia rondan la materia. La
ministra de Sanidad, Leire Pajín, y el propio Alfredo Pérez Rubalcaba han negado
cualquier relación. Aunque a día de hoy no se sabe ni el nombre exacto del texto
legal. Inicialmente iba a ser Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna. Pero el
Ejecutivo socialista (que en 2004 incluyó en su programa electoral un proyecto,
ahora enterrado, para regular la eutanasia) parece haber dado marcha atrás en la
segunda parte y maneja 'apellidos' más políticamente correctos, como
"condiciones dignas en el proceso de muerte". "Esperamos poder empezar a
tramitarla en breve", es el impreciso plazo de una portavoz del Ministerio. "No
hace falta una ley para regular la muerte digna. Lo necesario es una ley para
asegurar una vida digna", matiza Mario Mingo, portavoz parlamentario de Sanidad
del PP. La Conferencia Episcopal guarda silencio. "Nunca hacemos declaraciones
sobre un proyecto", se justifica una portavoz. "Nadie tiene derecho a quitar la
vida a otra persona por ningún motivo", advirtió en diciembre Juan Antonio
Martínez, secretario general de los obispos. Ahora se muestran cautos. Aunque
por internet circula una cuestionada campaña de la Conferencia Episcopal: un
anuncio en el que se ve a un anciano moribundo, postrado en una cama, con su
hijo al lado y la explosión de alegría al oírse de fondo la narración
radiofónica del gol de Iniesta en la final del Mundial. "Siempre hay una razón
para vivir", es el mensaje del video.
"La veré desde
arriba..."
A sus 32 años,
Borja habla con la sabiduría de un anciano. Curte amansar a diario los miedos de
enfermos y familiares. "El paciente agradece cuando le hablas abiertamente de la
muerte. Le enseñamos que eso es un alivio. A veces es más la familia la que se
sume en un pacto de silencio. Muchos familiares se sorprenden cuando les
preguntas '¿cómo te encuentras?'. No es lo normal en un hospital", cuenta este
psicólogo bilbaíno, uno de los profesionales del Laguna sufragados por la Obra
Social La Caixa.
Antonio Fernández
tiene cáncer de próstata, de pulmón, de huesos... La metástasis es galopante.
Pero su rostro transmite calma, alegría. Se entiende al oír una voz dulce y
cantarina que resuena en su cuarto. "¡Abuelooo, abuelooo!". Olaya se desgañita
por llamar su atención. Junto a la cama permanecen la mujer de Antonio, dos de
sus tres hijas y una nietecilla de revoltosa media melena. Claudia ya habla en
pasado de su padre. "Ha sido un hombre alto, fuerte, sano. Y lo ves que empieza
a ir en tacatá, luego en silla de ruedas... hasta que no puede moverse. Es muy
duro". Claudia gira la cara emocionada.
Trinidad Romero
lleva medio siglo casada con Antonio. Y 12 de sufrimiento. "Ha tenido dolores
muy fuertes. En casa no podíamos más. Aquí está bien. Niega lo que tiene, pero,
a su manera, lo sabe. El otro día hablábamos de la comunión de una nieta. Y él
dijo, con una sonrisilla: La veré desde arriba...".
En su soleada
habitación, mientras se recoloca coqueta su pelo corto y canoso, Rosario ya
piensa en un nuevo paseo por la terraza del hospital Laguna, en seguir leyendo
'El hombre más buscado', de John Le Carré, en tomarse "un sorbito de 'whisky'"
(así llama ella al 'Aquarius'), en el próximo taller de risoterapia, en volver a
besar a esos sobrinos que adora... Rosario no dejará de sonreír mientras
viva.
- Se trata de
disfrutar las pequeñas cosas del día, ¿no Rosario?
- ¿Pequeñas? ¡¡¡Son
grandísimas!!! Me gusta vivir más que a un tonto una tiza. Y en ello seguiré
mientras pueda...
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