Tengo Derecho
a Estar Bien.
La principal fuente de bienestar son mis
creencias; las situaciones y condiciones que he aprendido a aceptar como
realidad y a las que les concedo credibilidad. Donde está mi mente ahí está mi
fe. Al ser una Creación proveniente de una fuente Divina, puedo aceptar que mi
Diseño Original es perfecto. Al haber sido dotado de libre albedrío relativo,
tengo entonces la posibilidad de aceptar creer en la apariencia de la realidad
externa; que se construye en gran parte con mis acciones y
creencias, por Ley de Atracción. O bien, puedo elegir creer y descubrir el
programa original con que fui creado y darme cuenta que Tengo Derecho a Estar
Bien. ¿Qué otra cosa podría haber deseado mi Creador que no fuera mi Bienestar?
Yo lo elijo a cada instante. Puedo permitirme creer en ideas y afirmaciones
necias. Absurdos que aprendí a creer a fuerza de escucharlos; o
puedo analizar lo aberrante de sus contenidos y rechazarlos, ponerlos fuera de
mi vida y de mis condiciones.
Que me encanta la leche pero soy
intolerante a la lactosa… que a cierta edad ya no puedo tomar leche “entera”
porque mi estómago “no la tolera”. Que el niño requiere una leche artificial y
carísima para que no se enferme. Me pregunto ¿cómo rayos
sobrevivieron mis abuelos cuando no existían tales productos? Por eso compramos
leche “Lola” deslactosada, semidescremada, light, deslactosada (y aparte light),
ultrapasteurizada, reformada, para niño, para joven, para adulto, para la
tercera edad, materna, desgrasada, adicionada, vitaminada, sin grasas “trans”,
con pro, bio, low, minerales, no colesterol y estupidez y media. ¿Esta
esclavitud mercadotécnica es vida????
Tengo Derecho a Estar
Bien.
Que me encantan las tunas pero si me
como una, “es un hecho que no iré al baño en una semana, ya ves mi intestino
perezoso”. Que se me antoja tanto ese humeante y aromático “café de olla” pero
“no podré pegar un ojo en toda la noche si lo pruebo”. Que me fascinan los
mangos pero “tienen mucha azúcar”. Que quisiera unas entomatadas pero “a mi edad
ya no puedo cenar pesado”. Que me derrito por ese tamarindo pero “si lo pruebo,
en la noche estaré en un grito y doblado por la gastritis”. ¿Cuándo y cómo
comenzamos a creer en tanta distorsión? ¿Por qué le abrimos el paso a la
enfermedad mental hasta convertirla en física, para terminar percibiéndola como
algo normal?
Tengo Derecho a Estar
Bien.
Alguien, alguna ocasión me dijo que era
alérgico al pólen. Y desde entonces aprendí que algunos meses al año, mientras
dura la primavera, yo debo estornudar miles de veces y derramar lágrimas como
desquiciado, año tras año. Me convencieron que la “altura” o la “humedad” del
lugar donde vivo era responsable de mi hipertensión o de mi asma. Y que mientras
no me mude a las montañas o a “Lake Tahoe” seguiré enfermo. Pareciera que la
naturaleza cometió la brutalidad de hacerme nacer en la latitud y las
coordenadas equivocadas. ¿Por qué le damos crédito a semejante
tontería?
Hay gente que colecciona artículos de
internet para validar que su gastritis no es por ansiedad, sino que se debe a
una bacteria misteriosa, casi casi mutante, con poderes nunca vistos e ignorados
por la ciencia.
Hablan en términos personalizados y
familiares de “mi bacteria es muy resistente” como si ya hubiesen incluso
trabado amistad y conversado con ella y estar en proceso de conocer a la E.
Coli europea. Otros se dedican a recorrer neurólogos y oncólogos con la
esperanza de que les digan que sí, que efectivamente tienen un tumor dentro del
cráneo o que está a punto de darles un derrame cerebral y que por eso les duele
tanto la cabeza. “Seguramente la última tomografía mintió o el aparato emisor de
positrones estaba fallando y no detectó mi problema”. Que sus sospechas eran
fundadas. No aceptan su profunda frustración, coraje y deseos de control como la
causa verdadera. Nuestro cuerpo ha aprendido a expresar las emociones no
reconocidas mediante síntomas extravagantes.
Tengo Derecho a Estar
Bien.
¿Podemos llamarle vida a ese hábito
nefasto de armar un arsenal farmacológico con antidepresivos, ansiolíticos,
sedantes, hipnóticos, somníferos, neurolépticos, antiparkinsónicos, relajantes,
estabilizadores y antihistamínicos y presumir en las charlas que “ ya nada de
eso me hace efecto y cada día estoy peor”. ¿Es tan difícil aceptar la
frustración sexual detrás de tantas migrañas? ¿O la experiencia de haber sido
criado por una madre asfixiante y perseguidora detrás de muchos casos de asma?
¿Tanto nos duele reconocer el dolor del rechazo en la infancia, oculto tras esas
punzadas en el pecho? ¿Cuál es el problema de reconocer mis enormes miedos e
inseguridades somatizados en tantos padecimientos en las articulaciones de las
piernas? ¿Necesitamos que nos reviente el intestino por colitis crónica y
estreñimiento, antes que ser capaces de perdonar y soltar los venenos
emocionales del resentimiento?
Tengo Derecho a Estar Bien. ¡Pero
necesito creérmelo! Necesito dejar de asumir responsabilidades que nadie me
pidió llevar, para eliminar esa eterna contractura de la espalda. Necesito
renunciar a mi papel de rescatador, para que se me quite ese enorme cansancio,
esos hombros caídos. Necesito aceptar que yo no tuve la culpa de todo eso que me
adjudico.
Necesito reconocer que si mis padres no
funcionaron, no fue por mí, y dejar de fracasar en mis relaciones como
autocastigo.
Necesito comprender que no
estoy obligado a repetir los destinos familiares funestos. Y que no tengo por
qué sentirme culpable de la muerte de nadie ni exigirme poderes crísticos para
haberla evitado... “Si hubiera llegado una hora antes… si la hubiera llevado al
hospital a tiempo… si no hubiera dormido varios meses seguidos para evitar que
se ahogara esa noche… si hubiera visto el futuro y evitado ese infarto… ¿porqué
no compré una esfera mágica en Teotihuacán…?”
Qué insoportable se vuelve la gente con
delirios de omnipotencia. Son un fastidio para el
alma.
Tengo Derecho a Estar Bien. A dejar de
usar la enfermedad como pretexto.
El derecho a simplemente disfrutar del
viento del invierno, de las fresas y los chocolates sin predecirme espinillas o
sin miedo a que la piel se me ponga verde, o que entre en shock alérgico. Ya
basta de tantas fantasías y extravagancias. De toser para que volteen a verme,
de demandar atención con tres crisis por semana, de tirarme para que me
levanten.
No vine a redimir al mundo, ni a
reivindicar almas descarriadas, ni a partirme en pedazos para ayudar a quienes
no quieren ser ayudados. Hay gente delirante que cree que en su camisa trae
bordado el logo de “Fundación Calcuta” y vive queriendo arreglar broncas ajenas,
o a personas que son felices así: “desarregladas”. Nunca pidieron ser
“arregladas” pero ahí vamos de tercos, con la bandera de “es por su
bien”.
De repente andamos metiendo las narices
donde no nos llaman y “quitándonos la camisa y el pan de la boca”. A muchos les
da por meterse de redentor y acaban crucificados. No hay necesidad
de asignarnos misiones titánicas. Hay tantas pequeñas y maravillosas acciones,
empezando por amarme y cuidarme y poner límites.
¡Sólo Vive! No necesitas estar enfermo
para que te quieran y te cuiden, no necesitas que nadie se haga cargo de ti. Por
eso… abraza, besa, haz el amor, perdona, suelta, acepta tu historia, tu
infancia, tus padres, aquel abandono, las traiciones del pasado, lo que no salió
como esperabas. Perdónate tú. Déjalo ya, nadie te va a compensar, nada te
devolverá al papá que decidió marcharse, nada reconstruirá a la madre dulce
tanto tiempo esperada. Deja de cobrarte las facturas vencidas. Sale más barato y
menos complicado que el bromazepam y la paroxetina.
Cada amanecer está repleto de
bendiciones esperando ser “descubiertas”.
Tengo Derecho a Estar Bien. ¿Qué tal si
comienzo disponer de ello hoy mismo?
Asociación de Psicología
Humanista.