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General: EL SUFRIMIENTO COMO CASTIGO......
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: MARA  (Mensaje original) Enviado: 07/10/2011 11:10

5150648749_e657779eaa.jpg picture by LilithPostImagens

 

El sufrimiento como castigo

«Al abuso de nuestras facultades físicas sucede el dolor; a los extravíos del espíritu siguen el pesar y el arrepentimiento». (Jaime Balmes)

De todo cuanto llevamos expuesto se puede deducir que la finalidad más clara del sufrimiento es la de ser un castigo o expiación por errores que cometemos de forma deliberada, por conductas erróneas que necesitan ser cambiadas para nuestro progreso y adelantamiento. El dolor que nos asedia en esta vida pretende, por tanto, hacernos tomar conciencia de nuestros errores, como una enfermedad cumple la función, aunque sea dolorosa, de llamarnos la atención sobre un desequilibrio en nuestro sistema corporal, facilitándonos así el restablecimiento de la salud. Si comprobamos que determinadas acciones acarrean dolor y penalidades, nos esforzaremos por evitarlas, y este esfuerzo por corregir nuestras malas tendencias es el principio básico de nuestro progreso y nuestra evolución. Estaremos más o menos convencidos de que hemos actuado mal, pero el deseo de huir de las aflicciones es un arma poderosa para evitar la repetición de conductas que llevan al sufrimiento.

Las tradiciones religiosas y filosóficas que conforman lo que se ha venido en llamar “tradición perenne” coinciden en este planteamiento básico, aunque lo interpreten de distinta manera.

Las religiones que consideran a Dios como una entidad personal se basan en la creencia de que el mal, el error, es un pecado, una ofensa y un agravio a Dios, en tanto que es una infracción de sus mandatos, por lo cual Dios, airado y ofendido, castiga al pecador con el sufrimiento del mismo modo que un padre castiga al hijo que ha cometido un error, para que se arrepienta de sus faltas y abomine de sus vicios.

Para la mentalidad antigua, el sufrimiento delataba el pecado como la fiebre la enfermedad, como si fuera el síntoma inequívoco del mal que se había hecho, que sería invisible muchas veces de no ser porque las desgracias y calamidades que se abatían sobre una persona vendrían a señalarle con el dedo a los ojos de los demás. Tal es el sentido que se vislumbra claramente en la Biblia, desde el Libro de Job a las creencias neotestamentarias. Incluso las calamidades que se abatían sobre un pueblo ­―hambrunas, derrotas militares, epidemias, etc.― eran consideradas siempre como una prueba evidente de que el pueblo entero, o sus gobernantes, había pecado, cometiendo infidelidad contra Dios.

Frente a esta teoría justiciera, el mensaje evangélico expone claramente la importancia de la misericordia divina, que no anula, pero sí supera, a la justicia de Dios. En efecto, si Dios es personal puede ofenderse por nuestros vicios, pero también puede perdonar, del mismo modo que un padre puede absolver a sus hijos de los castigos que merecen, con la condición de que confiesen y reconozcan sus errores y se comprometan a corregir sus conductas desviadas.

Si consideramos que el castigo en forma de sufrimiento no es ni una consecuencia inevitable del error, ni una venganza divina, sino un medio para que, experimentando el dolor ocasionado por sus errores, el hombre se de cuenta de sus faltas y cambie su conducta, bastará que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos arrepintamos sinceramente de ellos para que el sufrimiento sea innecesario y “sobreseído”. Esta contrición, naturalmente, es un proceso doloroso que no se hace sin sufrimiento, pero siempre será preferible sufrir porque lloramos arrepentidos que porque cae sobre nosotros el peso de las malas consecuencias de nuestra conducta.

Si partimos de la idea de un Dios todo Amor y Misericordia, que «no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva», ¿qué sentido tendría el sufrimiento de una persona que expía con él unos errores que ya ha reconocido y de los que ha hecho propósito de enmienda? Es aquí donde opera el perdón de Dios, que impide que las dolorosas consecuencias de nuestros errores caigan sobre nosotros.

Sin embargo, es preciso llamar la atención sobre otra condición para que tenga lugar el perdón divino de nuestras faltas: nos referimos a la reparación, que consiste en intentar compensar el mal que hicimos con un bien proporcional, que compense en su justa medida el daño que causamos. Por ejemplo, al que roba se le exigirá que devuelva lo robado para alcanzar misericordia. Por supuesto que lo más eficaz sería retribuir con un bien justamente a aquellas personas a las que hicimos sufrir, pero esto muchas veces no es posible. En este caso, deberíamos buscar a personas equivalentes que hagan de sustitutas.

De no cumplirse el propósito de enmienda y la retribución, tendríamos a pecadores que pecan una y otra vez, con la certeza de que, hagan lo que hagan, serán perdonados, como un delincuente que transgrede la ley innumerables veces, porque sabe que su causa siempre será sobreseída, con lo cual sus delitos quedarán siempre en la impunidad.

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