Iniciar una obra es
cosa relativamente fácil, basta con avivar un poco la lumbre del
entusiasmo.
Perseverar
en ella hasta el éxito, es cosa diferente; eso ya es algo que requiere
continuidad y esfuerzo.
Comenzar
está al alcance de los demás, continuar, distingue a los hombres de
carácter.
Por eso la
médula de toda obra grande –desde el punto de vista de su realización práctica–
es la perseverancia, virtud que consiste en llevar las cosas hasta el
final.
Es
preciso, pues, ser perseverante, formarse un carácter no sólo intrépido, sino
persistente, paciente, inquebrantable.
Sólo eso
es un carácter.
El
verdadero carácter no conoce más que un lema: la victoria.
Y sufre
con valor, con serenidad y sin desaliento, la más grande de las pruebas: la
derrota.
La lucha
tonifica el espíritu, pero cuando falta carácter, la derrota lo reprime y
desalienta. Hemos nacido para luchar.
Las más
grandes victorias corresponden siempre a quienes se preparan, a quienes luchan y
a quienes perseveran.