Dice un diccionario que la excentricidad es esa rareza o extravagancia de carácter, esa suerte de hecho raro, anormal, esa cosa que, por algún motivo, no termina de ser lo que sería de esperarse y sí luce, en cambio, otra gozosa apariencia. Dice también el diccionario que puede considerarse como excentricidad a “la distancia entre el centro geométrico de una pieza y su centro de giro”. Tal vez esa definición sea un poco más feliz: no es la rareza, la ruptura, no hay nada de condenable, digamos, en buscar una distancia mayor desde la que contemplar el paisaje tenga otro gustito. Sería nomás una cuestión de ser capaz de tomar envión, de alejarse un poquito más del centro, de animarse a rodar sin cinturón de seguridad más allá de la carretera de lo no-raro, lo no-extravagante. Sólo hay que jugar un poco.
A veces, la categoría de la extravagancia no es más que un estante cómodo donde guardar a personas que desestabilizan al diccionario con sus arranques. El mundo de la excentricidad es un mundo que hace gracia, admiración, como tambien rechazo, pero sin duda es un mundo creativo y original. El enemigo de la creación es la vanidad, la pomposidad y solemnidad.
Hay que ser excéntrico de vez en vez y de cuando en cuando.
Mara