El cincel golpea y hace milagros en el taller de Juan Carlos Pallarols, en San Telmo, Buenos Aires. Así, un trozo de plata se transforma -con el golpe y la justeza del orfebre y sus ayudantes-, en una pieza única, que puede cautivar tanto a reyes o actores de Hollywood que visitan el reducto porteño, como a la gente de un pequeño pueblo del interior del país, cuando el maestro lleva alguna de las obras en las que todos pueden participar dejando su marca, tal como lo hizo con el Escudo del Bicentenario o la máscara de "Evita".
La historia de los Pallarols y el mundo de la orfebrería nació en 1735 en Barcelona. "El padre de mi tatarabuelo ya se dedicó a la platería. En esas primeras épocas el oficio se registra por transmisión oral. De mi bisabuelo tenemos más registro porque él ya dejó cosas escritas", cuenta el orfebre.
Pallarols relata que sus antecesores, si bien conocían el oficio de la orfebrería, trabajaron de lo que pudieron. Y, ya hacia el siglo XX, en tiempos en que el hambre arrasaba gran parte de Europa, decidieron cruzar el Atlántico.
"Mi familia vino después de la llamada "Semana Trágica de Barcelona" -cuando se reprime brutalmente una huelga obrera en 1909-. Eran tiempos muy duros que luego se recrudecieron aún más con la Guerra Civil Española", comenta Pallarols.
El orfebre rescata una anécdota que solía ver de chico en Buenos Aires cuando llegaba alguna familia española que recién bajaba del barco.
"Veían en la mesa una panera colmada de pan y no podían creer que fuera toda para comer en el mismo día. Y se ponían a llorar porque no podían creer que acá había tanto pan para comer".
Cuenta Pallarols que todos venían con mucha expectativa y poco conocimiento de lo que irían a encontrar. "Mi abuela materna llegó al país con 15 años, tras la muerte de sus padres. Le dijeron que fuera a la calle Rivadavia porque ahí se encontraría con sus hermanos, pensando que Buenos Aires era una aldeita. Cuando llegó tuvo que dormir un par de días en la calle hasta que los encontró. Después no les fue mal. Terminaron siendo dueños del Tortoni".
El abuelo de Juan Carlos se instaló con su taller primero en la calle Guaira, cerca de la cancha de River y luego en Lomas de Zamora, donde le enseñó a querer el oficio.
"Mi abuelo era un tipo muy alegre al igual que mi papá, así que yo aprendí el oficio jugando. Cómo no había jugueterías como ahora, el juego era armar un carrito, un autito, un barquito. Y usaba elementos como las latas de sardina, los cajones de fruta que eran de madera de álamo, los palos de escoba para cortar rodajitas y tener rueditas".
SENTIR EL OFICIO
Pallarols comenta que a la salida del colegio ya lo estaba esperando su abuelo, quien lo ayudaba a terminar esos juguetes. "Hoy aún no tengo muy claro si algún día dejé de jugar y empecé a trabajar. Porque hoy siento el mismo placer que en aquella infancia".
- ¿Cuando sintió que la orfebrería iba a ser su oficio? ¿Fue a partir de alguna obra que hizo?
- Lo sentí la primera vez con una lata de sardina, que mi abuelo me hizo recortar la chapita, la recosí con fuego para ablandarla y quemar la pintura, y vi que la podía transformar en una flor que se la regalé a mi mamá. Tenía seis o siete años. Dije esto es lo mío. Sentí que estaba doblegando al hierro, que era más fuerte. Y después en el año 49 mi papá pintaba un gran cuadro de San Martín y me dije yo también voy a hacer un San Martín, y copié una cara. Dibujaba, pintaba, pero siempre volvía al taller.
- ¿Cuando llegan a San Telmo?
- Mi papá era muy amante del campo, de la soledad, y en el año 1939 se mudó a Lomas de Zamora. Y ahí nació mi hermano y luego yo. Ya nos quedamos ahí, mi papá empezó a hacer la pintura de la catedral de Lomas de Zamora, e inclusive el monumento a Eva Perón. Pero era difícil para los clientes trasladarse hasta allá en aquella época. Todos los insumos había que traerlos de capital y en el año 68 volví a Buenos Aires. Un día me invitó el arquitecto Peña a exponer porque se hacía la feria por la semana de Buenos Aires y me encantó esta esquina en Humberto Primo y Defensa, pero un italiano que era el dueño no quería saber nada de vendérmela. Insistí un año después pero no pasó nada. Hasta que en el 71 me llama y me lo vende, sin saber que yo no había elegido el lugar, sino que el lugar me había elegido a mi. El taller de mi bisabuelo en Barcelona estaba en la antigua Calle de las Carretas y la Calle Alta de San Pedro. Fíjese que en San Telmo esta casa está frente a la Antigua Plaza de las Carretas, esta es la esquina alta de San Pedro y la iglesia es la de San Pedro Telmo. Doscientos años después yo abrí un taller en la misma dirección donde nació mi papá en el número 12 de la calle alta de san pedro, pero con el Atlántico de por medio.
OBRA Y VIAJE
- A la hora de realizar una obra ¿Cómo la plantea? ¿Es a partir de un encargo? ¿La desarrolla a partir de una idea propia?
- Hay dos formas, que es como si uno hace un viaje. Hay un viaje que uno hace por conocer un lugar, pero en el que no hay un motivo especial, más que el de la curiosidad. Y hay otro que uno planifica con sus seres queridos amigos, familias. Ese es el que se hace por encargo, el cliente que viene y me dice: Pallarols, soñé con esto, ¿Hay alguna posibilidad de hacerlo? Y ahí uno empieza a charlar, a hacer los dibujos. Yo siempre digo que el límite de mi creatividad son los sueños de quien viene a encargarme la pieza. Todo se puede hacer, el metal es muy noble. Salvo una vez que me pidieron hacer un cinturón de castidad que no acepté. Todos son elementos nobles, la madera, el cobre, la plata.
- ¿Suele mezclar estos elementos?
- Normalmente lo fundamental es la plata, pero por ejemplo ahora estoy terminando una lapicera que es toda de plata y tienen el escudito argentino de oro. Incluimos cueros, pieles, piedras duras, piedras preciosas, cuero negro, marrón, suela. Las maderas también. Se enriquece mucho la obra. Y lo que enriquece también es la participación del cliente. Me gusta que venga y me ayude a hacer la propia obra. Y lo más lindo es cuando salgo con la obra para que le den un golpecito de cincel y participan cientos de miles de personas. He llegado a la participación de un millón de personas con la corona de la virgen de San Nicolás. También muchos participaron con el bastón de mando de la presidenta, el cáliz del papa Benedicto cuando asumió. Y ahora estoy con el Escudo del Bicentenario, y todos quieren participar. Mi papá a causa de una hemiplejia no pudo volver a cincelar. De alguna manera al hacer participar a la gente, uno con el cincel, otro con el martillo, hay un homenaje también a él. Entonces si entre todos podemos hacer un mate, es también decir de alguna manera que entre todos podemos arreglar el país. La gente al ayudar en la obra siente que está participando en algo serio y que le estoy dando un lugar importante.
CON IDENTIDAD
- ¿Hay una orfebrería argentina, propia?
- Sí. Nosotros ya no somos ni españoles ni italianos, porque la inmensa mayoría de la gente que está acá es descendiente de. Pero los de origen indígena tampoco son puros, hay mezcla. Somos un poquito de cada cosa. Con las técnicas que aprendí, tengo sangra catalana, gallega, pero tengo toda una impronta, esa energía que hay acá en América, esa inmensidad que me obliga a mirar de otra manera. Uno no puede mirar igual en Europa que en Argentina. Con todo lo que aprendí de ver la platería colombiana, mexicana, ecuatoriana, peruana, me fui alimentando y hoy en mayor o menor grado todos los artesanos argentinos somos la mezcla de todo ese caudal de energías y culturas que es lo que hoy se conoce como la platería rioplatense o criolla argentina, que no es ni completamente indígena o europea. Es producto de estos 200 años de mezclarnos. Es muy reconocida la platería argentina en todo el mundo.
Una pelota número cinco firmada por Maradona llama la atención en una de las vitrinas de la casa de Pallarols. El maestro orfebre suele estar conectado con el mundo de las celebridades de aquí y del mundo.
Personalidades como la princesa Máxima Zorreguieta, el rey de España, Joan Manuel Serrat, Frank Sinatra, Mel Gibson son sólo algunos de quienes quedaron maravillados con sus trabajos.
Sin embargo el "artesano" -así le gusta que lo reconozcan- si bien está muy agradecido de ser reconocido por estas personalidades, siente que las visitas más importantes que ha recibido son de quienes investigan, conocen del mundo del arte desde lo académico.
"Que me hayan invitado los expertos en platería del museo de la moneda de París es lo máximo. Esa gente no es conocida para el público pero son quienes realmente saben. Una vez el Instituto Mundial de Museología hizo una reunión en Buenos Aires y pidieron que se hiciera en mi casa. Eso me llena de orgullo".
Sin embargo, el orfebre no se siente genio ni grande. "No hay genios, hay gente que tiene más habilidad que otras, pero todos podemos hacer algo. Yo no creo en las fantasías de los genios como Picasso, Dali. Claro que son grandes artistas pero me parece que es un acto de soberbia creerse que uno es dueño único de eso. Todo es posible porque estas en un lugar, una época. Y tener la suerte de tener alguien que te banca, porque no hay artista si no hay mecenas. A mi me ha impulsado mucha gente, me decían ¿te animás a hacer algo? Yo siento que puedo hacer esto en la Argentina no en otro lado. Esa musiquita, ese tango, ese desorden. Los tiempos para charlar, tomar un café. Esto creo que es posible acá. No creo en la casualidad y creo que Dios me llevó de la mano siempre. Siento que soy un instrumento de alguien más poderoso que yo, que me puso acá para hacer cosas, para haber recibido todo el caudal de educación que me dieron y para poder transmitirlo. No quiero dejar de ser un trabajador, un vecino de San Telmo".
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