Los perros han evolucionado de los lobos (los lobos grises son sus parientes vivos más próximos), y empezaron a acompañar a los seres humanos hace 12.000 – 14.000 años.
La adaptación del perro como acompañante de los seres humanos no se conoce (¿fueron ellos los que se acercaban a nuestras basuras y nos perdieron el miedo progresivamente? ¿algunos humanos adoptaron cachorros de lobos y la selección natural favoreció a los más mansos?). Pero un famoso experimento de cría realizado por el científico Dimitri Belyaev en la década de 1950 constató que los zorros plateados sólo tardaron 20 años en transformarse en perros domesticados.
En la actualidad existen casi 400 razas de perros domésticos, pero todos pertenecen a la misma especie: Canis familiaris.
Los perros se crían por razones dispares, algunas por simple necesidad. Por ejemplo, un vigilante nocturno alemán llamado Louis Dobermann crió a su tocayo a finales del siglo XIX. Las variedades toy, como el pequinés, se criaron en la antigua China como “perros esclavos”: se situaban en el interior de las túnicas de las mujeres nobles para mantener el calor corporal, a modo de mantitas eléctricas.
Con 220 millones de células olfativas (los humanos sólo poseemos 5 millones), el olfato perruno es 4 veces mejor que la mejor de las máquinas detectoras olores. Incluso pueden oler el cáncer.
Unos médicos de California han descubierto que los labradores y los perros de agua portugueses son capaces de detectar el cáncer de pulmón y de pecho con mayor precisión que las pruebas más avanzadas, como las mamografías y los TAC. Los perros identificaron correctamente el 99 % de cánceres de pulmón y el 88 % de cánceres de pecho sólo con oler el aliento de los enfermos.
Indiscutiblemente, pues, los perros son útiles, a diferencia de la otra mascota por antonomasia: el gato. Al menos, son infinitamente más útiles que los gatos. Así que la próxima vez que os topéis con uno, fijaos en cómo mueve la cola. Creemos que si simplemente la menean de lado a lado es que son felices, pero no es así: la alegría la manifiestan meneando la cola más hacia la derecha, y la tristeza, más a la izquierda. Procurad que la muevan siempre hacia la derecha, pues.
En un reciente viaje a Suiza tuve la suerte de toparme con un famoso perro San Bernardo, uno de los iconos de la fauna helvética. Contemplar de frente a un San Bernardo es como tomarse de golpe una garrafa de tila. Es imposible no dejarse contaminar de la pachorra que desprenden todos sus movimientos (o la ausencia de ellos).
En teoría, un chihuahua de menos de 1 kilo y poco más de 5 centímetros de altura puede aparearse con un gran danés, de casi 1 metro de altura, o con un San Bernardo de 68 kilos.
Popularmente siempre se ha creído que estos perros de aspecto campechano y adorable transportan barriles de brandi en el cuello a fin de salvar a los viajeros que se han perdido en la nieve. La verdad es que los San Bernardo no llevan ningún barrilete al cuello. Y mucho menos de brandi o cualquier otro alcohol: el alcohol es la peor solución para combatir la hipotermia, porque si bien es cierto que puedes sentir calor en la garganta al tragarlo, el alcohol es un vasodilatador, así que produce frío en el cuerpo, y no calor.
Lo que sí hacen los perros San Bernardo es ser entrenados como perros de rescate, ya que sus cuerpos de más de 100 kilogramos y su amplio pecho le permiten abrirse camino en la nieve, mientras se valen de un buen sentido de la orientación para encontrar el camino de vuelta a casa incluso en mitad de la tormenta y la ventisca más fuerte. Antes de que esto ocurriera, eran usados por los monjes del convento del paso Gran San Bernardo (la ruta alpina que une Suiza con Italia) para transportar comida, ya que su gran tamaño y su carácter dócil los convertían en excelentes animales de carga.
El responsable de que todos imaginemos a un perro San Bernardo con un barril de brandi al cuello fue un joven artista inglés llamado Edwin Landseer (1802-1873), famoso por sus pinturas de paisajes y animales, sobre todo por El monarca de la cañada. En 1831 pintó una escena titulada Mastines alpinos reanimando a un viajero en apuros, en la que aparecen dos San Bernardo, uno de los cuales lleva un barril de brandi en miniatura atado al cuello. Landseer añadió aquel barril exclusivamente como elemento decorativo, pero ya nadie pudo evitar asociar esos barriles con los mastines alpinos (el nombre más usado antes para esta clase de perros: el nombre de San Bernardo también lo popularizó el artista de marras).