EL SILENCIO COMO PRÁCTICA
En el Génesis hay un pasaje que nos puede situar ante la
práctica del silencio. En su capítulo 2 se puede leer:
Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla
del suelo, sopló su nariz aliento de vida, y el hombre se
convirtió en ser vivo.
Aquí se ve cómo el hombre está hecho de arcilla, es decir,
tiene un cuerpo, y cómo recibe un soplo. Este soplo es su
espíritu. No existe separación entre lo uno y lo otro. Todo lo
que se vive en el cuerpo se vive en la conciencia. Nuestra
arcilla está hecha para llenarla de vida, para llenarla de Dios.
Nuestro cuerpo es nuestro hogar. Todo se refleja en
él. Así pues, en la meditación es necesario atender al
cuerpo buscando una postura justa. Buscando el propio
equilibrio. La movilidad del cuerpo habla de nuestra poca
salud. No favorece al Silencio el moverse continuamente.
Y luego es necesario atender a la respiración, al soplo.
Estar atentos a este espíritu. Respirar.
Uno es según respira. La atención en la respiración es la
atención al gesto de Dios que nos da su vida. Es cuestión,
sólo, de respirar para disfrutar de este don. Cuando se
respira con atención nos damos cuenta de cómo estamos
realmente. Se dice: «No tengo tiempo ni para respirar».
En el silencio es lo único que hay que hacer.
Sólo esto ya es bastante.
En la meditación hay que estar atentos porque
tenemos dos grandes riesgos: fugarnos hacia
arriba pensando, divagando, discurriendo, imaginando,
o fugarnos hacia abajo relajándonos, durmiéndonos,
evadiéndonos. Cuando nos demos cuenta de que
algo de esto nos está sucediendo, nos tenemos que volver
de nuevo hacia el centro de nuestra atención, es decir, nuestra
respiración.
Por último, hay que señalar que no es necesario
manipular, ni dirigir nuestro aliento. Simplemente
observar y, practicar, practicar...
P. Moratiel