En invierno helado de diciembre de 1987, tres niños estaban
brincando en la superficie congelada de una lago en Vermont,
EUA, cuando, de repente, el peso combinado de ellas hizo el hielo
ceder bajo sus pies.
Las dos niñas consiguieron salir del agua solas, pero un niño,
llamado Zeck, de cuatro años de edad, se debatía adentro del agua,
agarrado a un bloque de hielo, esperando por ayuda.
Repentinamente, el perro de los niños comenzó a ladrar y se zambulló
en el agua helada. Agarrando firmemente con los dientes el abrigo de Zeck,
lo pujó hasta un punto donde a agua era más baja y él podía quedar de pie.
El perro entonces, virándose, ofreció su cola para que el niño agarrase
y suavemente, lo remolcó hasta la orilla, en seguridad.
Muchas veces nos encontramos en un lugar semejante al del Zeck.
Y cuando alguien está en problemas graves, no hay tiempo para reuniones
para decidir lo que se debe hacer. Es necesario saltar al agua y
pujarlo hasta que esté en un lugar seguro.
¿Cuántas personas nosotros conocemos y que se encuentran en serias
y complicadas dificultades? Algunos están se debatiendo en las aguas
traicioneras de pecados ocultos, otros se agitan agarrando los bloques de hielo
del desempleo, de la soledad, de la traición o de la incertidumbre del porvenir.
Hay también quienes, sin una base espiritual sólida, ven el suelo de sus
convicciones ceder bajo sus pies y desesperados, no consiguen salir del hoyo
de sus angustias, dudas, fracasos y complejos.
¿Y qué es lo que vamos a hacer tu y yo? ¿Esperaremos a que puedan salir
solos de su agujero de problemas? ¿Esperamos que algún otro los ayude?
O con voluntad, determinación y fe, tomamos la actitud del perro,
que sin pensar en su comodidad, fue a socorrer al pequeño Zeck.