Una de las leyendas más hermosas de la Navidad es sobre el heléboro. En esta historia había una modesta pastora que estaba poniendo una ovejita al resguardo de la nieve en una fría noche invernal, cuando vio que pasaban por los desiertos lugares que la rodeaban tres hombres.
Llevaban en sus manos extraños recipientes de metal que brillaban como el sol. El aire se había impregnado de perfumes, mirra e incienso.
Volvió a asombrarse cuando vio pasar pastores llevando frutos secos, entre los cuales destacaban las nueces, avellanas, castañas y almendras como así también sabrosa miel.
Les preguntó adónde se dirigían a esa hora de la noche y ellos respondieron que llevaban regalos para el Niño Dios, que acababa de nacer. La pastora que no tenía qué ofrecer al Divino Niño, se sintió triste por ello y comenzó a llorar desconsoladamente al pensar que ni siquiera tenía una flor para él.
En ese momento pasó un ángel y al verla llorando, descendió a la tierra y le preguntó cuál era el motivo de su pena. Con voz entrecortada por el llanto, ella le relató lo que le sucedía. Entonces el angel, compadecido, apartó con sus pies la nieve y milagrosamente surgió una bellísima rosa blanca con tintes rosados.
La alegría se apoderó de la pastora que manifestó su agradecimiento al ángel. Cogió la flor y corrió a entregársela al recién nacido. Esta rosa florece en invierno en las montañas de Europa Central y se la conoce popularmente como ¿rosa de Navidad
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