Según la tradición de la Iglesia, los Papas fallecidos deben ser embalsamados para garantizar que resista tres días de exposición al público. Anteriormente, para que el cuerpo de un Papa se conservara, le quitaban los órganos internos que eran puestos en ánforas y depositados en las iglesias de San Anastasio y San Vincenzo, en el centro de Roma. La tradición fue abolida a comienzos del siglo XX por Pío X. Pablo VI, muerto en 1978, expuesto primero en Castelgandolfo y luego en la Basílica de San Pedro, después de 48 horas comenzó a mostrar signos de descomposición: la mandíbula se aflojó, la piel palideció y las uñas se volvieron grises, y hubo que cerrar el sarcófago. La familia Signoracci, que embalsamó a Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I, inyectan un químico conservante, cuya aplicación demora hasta tres horas y conserva el cuerpo por tres a cuatro días. Por su funeraria han pasado desde el ex rey Farouk de Egipto hasta el director de cine Pier Paolo Pasolini, el ex primer ministro Aldo Moro y el actor Alberto Sordi. Massimo Signoracci, el embalsamador Papal, se encuentra en La Habana, Cuba 15 de febrero 2013 Mara