Benedicto XVI y Juan
Pablo II, cara y sello de una misma moneda
Por: JUAN GOSSAÍN |
8:44 p.m. | 19 de Febrero del 2013
Escobar asegura que
el Papa empezó a preguntarse, como san Pedro: "¿Estaré perdiendo las
fuerzas?
Gossaín explora sus
vidas con el profesor Guillermo Escobar, colombiano que los conoció a los
dos.
Han corrido ríos de
tinta, cataratas de palabras y océanos de imágenes desde el día en que el papa
Benedicto anunció su retiro.
La prensa y las redes
sociales del mundo entero coinciden al afirmar que la curia vaticana y la
burocracia eclesiástica le hicieron la vida imposible.
Fue entonces cuando
me hice las primeras preguntas: ¿Existe realmente esa confrontación entre el
papa y sus compañeros?
¿Por qué empezó?
¿Cuándo empezó? Resolví salir en busca de alguien con la autoridad suficiente
para explicármelo. Lo encontré a la vuelta de la esquina.
"El problema se
inició hace diez años", me dice de entrada el profesor Guillermo León Escobar,
uno de los escasos colombianos que conocieron bien a los dos papas más
recientes.
Por siete años fue
embajador de Colombia en la Santa Sede, desde hace quince años es catedrático de
ciencia política en la legendaria Universidad Gregoriana de Roma (donde estudian
los sacerdotes que habrán de convertirse en obispos) y en los últimos cinco años
ha ejercido como consultor del Pontificio Colegio de laicos, por nombramiento
que le hizo el propio Benedicto, con quien se reunía una vez al mes hasta cuando
presentó su renuncia.
"Hace diez años
estaba comenzando el escándalo de pederastia que implicó a numerosos sacerdotes
en varios países. Llegaron los primeros requerimientos judiciales. El papa Juan
Pablo II dio una orden terminante a sus asesores: 'La Iglesia no entrega a sus
hijos a la justicia humana, para que hagan escarnio de ellos', y ordenó,
simplemente, que los acusados se trasladaran a otro lugar".
Pasaron apenas dos
años. Juan Pablo murió en olor de santidad. El cardenal Joseph Ratzinger, que
ejercía como presidente de la Sagrada Congregación de la Fe, nada menos, se
convirtió en Benedicto XVI. "A los pocos días de haberse posesionado, les dijo a
sus colaboradores: 'La Iglesia está en la obligación moral de entregar los
criminales a la justicia'. Usó esa palabra exacta: criminales. Desde entonces
han sido arrestados alrededor de cien sacerdotes, dos cardenales y una docena de
obispos. Muchos de ellos continúan en la cárcel".
A partir de ese
momento, el armazón del poder interno se sublevó contra el papa. "Cómo será de
grave la situación que, hace unos cuantos días, después de presentar su
renuncia, se reunió en privado con la curia romana. Les dijo: 'Admiro mucho en
ustedes la gran capacidad que tienen para denunciar los pecados, siempre y
cuando sean pecados ajenos' ".
De manera, pues, que
Benedicto se va porque, como él mismo ha dicho, a los 85 años edad ya le faltan
fuerzas para semejante tarea. "Pero también se va porque lo agobian las intrigas
a su alrededor", comenta el profesor Escobar. "No olvide usted que Ratzinger es
alemán: los alemanes son gente solitaria, y el Papa ha padecido siempre la
soledad del poder".
Sumadas todas esas
razones, Benedicto se convierte en el primer pontífice que renuncia espontánea y
voluntariamente en más de dos mil años de historia. En total se han retirado
seis papas, pero los cinco casos anteriores ocurrieron por las amenazas de los
emperadores de su época o porque había dos papas al mismo tiempo, y uno de ellos
tuvo que renunciar.
Vidas
paralelas
Ya que los conoció a
ambos y trabajó con ellos, los sucesos que está relatando me llevan a
preguntarle al profesor Escobar cómo podría hacerse un paralelo entre los dos
últimos papas. ¿Qué era en realidad lo que los distanciaba? ¿Había algo que los
acercara?
"Eran muy distintos,
pero eran cara y sello de una misma moneda. Juan Pablo era un genio de la
comunicación, lo que hoy se llamaría un genio mediático, que cautivaba de
inmediato a la prensa y las masas. Nadie aceptó nunca un debate público con él
porque sabían de antemano que era una causa perdida. Benedicto, en cambio, es
negado para la prensa, es un hombre de debate, de profundidades académicas, que
discute a diario con medio mundo.
Juan Pablo era un
santo; Benedicto es un intelectual. Por eso, ahora que se va le deja de herencia
a la Iglesia, como si él fuera una versión moderna de santo Tomás de Aquino, la
nueva Summa Teológica para el tercer milenio".
Cuando llegó al
pontificado, Juan Pablo II descubrió de inmediato que la Iglesia católica, como
institución, atravesaba por un grave problema de imagen. "Se fue en
peregrinación a recorrer el mundo entero. Benedicto, por su parte, comprendió
que el asunto principal de su papado era la profundización de la doctrina. Juan
Pablo vivía a gusto rodeado de gente. Benedicto era un papa
solitario".
Ahora sí entiendo la
diferencia: Juan Pablo era un hombre sencillo y elemental, de la estirpe de san
Pedro, un humilde pescador de Galilea. Benedicto es un pensador de cultura
exquisita, como san Pablo, a quien tanto admira. ("¿Cómo se explica usted",
pregunta Escobar, "que un alemán, un alemán, por Dios, pueda hablar el italiano
con esa dulzura suya, que se ha vuelto tan famosa? Es la cultura, naturalmente".
Tiene razón: los alemanes siempre hablan como si lo estuvieran regañando a uno.
Salvo el papa).
Las dos orillas del
Evangelio
En promedio,
Guillermo León Escobar permanece ocho meses al año en Roma. Pero en este momento
está disfrutando de un año sabático en Colombia, dedicado a ordenar su casa de
Bogotá, organizar su biblioteca y visitar a los amigos que había perdido de
vista. Por eso puedo conversar con él a pierna suelta. Le pregunto qué tan
profundas llegaron a ser aquellas divergencias entre Juan Pablo II y el entonces
cardenal Ratzinger.
"Siempre las hubo.
Recuerdo lo que pasó una noche en que Ratzinger salía de una reunión con el papa
en la casa de campo de Castelgandolfo. Un sacerdote latinoamericano que también
estaba allí se lo quedó mirando, perplejo, porque para nosotros cualquier
discrepancia es pelea, y le dijo: '¿Usted por aquí, cardenal?
¿Ustedes dos no son
enemigos? Con la misma voz suave y afectuosa que ha tenido toda la vida, le
contestó: 'No, no somos enemigos. Somos las dos orillas de un mismo río, la una
frente a la otra. Lo que nos une, ese río que pasa por la mitad de nosotros, es
el Evangelio' ".
Eran hombres
superiores, qué duda cabe, y por eso los dos sabían que sus criterios dispares
no eran excluyentes, sino complementarios. La verdad completa, al fin y al cabo,
se construye con pedazos de verdad que aportan los que piensan distinto a uno,
no los que piensan igual.
Las alas del mismo
pájaro
Lo sabían tan
claramente, y se respetaban tanto en medio de sus diferencias de criterio, "que
un día Juan Pablo le pidió a Ratzinger que escribieran a cuatro manos la célebre
encíclica Fe y razón. Vea usted: el papa escribió la parte de la fe y el
cardenal la parte de la razón. Eso define a la perfección lo que era cada
uno".
Los desacuerdos entre
los dos hombres llegaron a ser tan célebres, que por aquellos mismos días
alguien le preguntó a Ratzinger cómo había sido posible que hubiera escrito con
Juan Pablo el texto de la encíclica. No volvió a repetir la metáfora de las dos
orillas de un mismo río, "pero le respondió con otra belleza. 'Si usted observa
un pájaro detenidamente' -le dijo- descubrirá que nunca mueve un ala primero y
la otra después, porque podría caerse. Para poder volar mueve las dos alas al
mismo tiempo. La Iglesia es el pájaro. Juan Pablo y yo somos sus dos alas. Nos
movemos juntos para que siga volando. Él es la fe y yo soy la razón'
".
El profesor Escobar
guarda un instante de silencio que no me atrevo a romper. Está luchando con la
nostalgia de sus mejores recuerdos. Mira por el balcón a un par de alcatraces
que vuelan sobre el mar de Cartagena. Mueven ambas alas al tiempo. Entonces se
vuelve hacia mí, y exclama:
"Cuando los conoces a
ambos, Juan Pablo te deslumbra el alma y Benedicto te estremece el
cerebro".
De Armenia a
Alemania
La renuncia de
Benedicto XVI sorprendió a Guillermo León Escobar mientras se encontraba en
Colombia. No ha podido despedirse de él, pero recuerda vivamente la primera vez
que lo vio, hace más o menos cuarenta años. Escobar había salido de su Armenia
nativa a estudiar en la universidad alemana de Bonn.
"Lo conozco
muchísimo", me dice, con los brazos cruzados y una barba salpicada de canas,
"porque en los años 70 nos dictaba de vez en cuando unas conferencias en el
enorme auditorio de la universidad. No puedo afirmar que fui su alumno, en el
sentido cotidiano de la expresión, porque solo venía en forma esporádica a
leernos el original de algún libro que estaba escribiendo. En aquella época no
hablé nunca con él. Lo veía de lejos".
El futuro papa había
sido profesor titular de la universidad unos años antes de que Escobar llegara
de Armenia, "pero tuvo que renunciar acosado por los jóvenes rebeldes que se
sumaban a la revolución iniciada en mayo del 68 en París. Debatió abiertamente
con Daniel el 'Rojo', líder de los insurrectos, que estudiaba en Francia pero
era alemán".
Fue entonces cuando,
en los muros de París, los muchachos escribieron aquellos letreros inmortales
que Julio Cortázar recogió en un libro estupendo. "Apareció la célebre frase
'Prohibido prohibir' y Ratzinger, educado en la doctrina profunda de la Iglesia,
reaccionó de inmediato. Dijo en sus charlas universitarias que el nuevo enemigo
de la civilización cristiana occidental ya no era el comunismo marxista, sino el
relativismo, que todo lo tolera. Si nada está prohibido, nos comentó un día,
entonces el pecado no existe".
Volvió a verlo ya en
el Vaticano. Le llevó un libro sobre grandes temas social-cristianos. "Le dije
que había asistido a sus conferencias en Bonn, pero ni siquiera me había visto
en el auditorio. 'Pero recuerdo perfectamente -me dijo- una conferencia suya que
dio apertura al sínodo de obispos romanos'. Me pidió que no me fuera, aunque yo
acababa de renunciar a la embajada colombiana, y me propuso que siguiera con mis
clases en la Universidad Gregoriana".
Epílogo
Luego, convertido ya
en papa, lo nombró consultor del Colegio de Laicos y perito pontificio. Esos
tiempos se están volviendo ya polvo del pasado. Son historia. "Él dice que le
faltan fuerzas, aunque no está enfermo. Hace diez años le instalaron un
marcapasos cardíaco y hace tres lo operaron en absoluto secreto para cambiarle
las pilas. Fue entonces cuando empezó a cambiar la lectura de san Pablo,
intelectual y escritor, como él, y asumió la de san Pedro, menos racional pero
más humano. El papa empezó a preguntarse, como se preguntaba Pedro: '¿Estaré
perdiendo las fuerzas? ¿Necesitaré que alguien me ayude a vestir?'. Y llegó a la
conclusión de que debía renunciar".
El profesor Escobar
recuerda que en el año 2004, cercana ya su muerte y agobiado por las
enfermedades, los allegados más íntimos de Juan Pablo II le sugirieron con gran
delicadeza que pensara en la misma posibilidad. Alguien, menos discreto, se lo
preguntó abiertamente, acariciándole las manos temblorosas: "¿Por qué no
renuncia?". Escobar dice que nunca podrá olvidar lo que respondió el Papa, que
siempre había pregonado que la vida es la fe convertida en actos. Lo cierto es
que Juan Pablo ya casi no podía hablar. Era difícil entender sus palabras. Le
costaba trabajo levantar la cabeza desgonzada, pero, aún así, mansamente, aquel
hombre que se estaba apagando contestó con un susurro:
-Porque Cristo no se
bajó de la cruz...
JUAN
GOSSAÍN
ESPECIAL PARA EL
TIEMPO