Sólo dos horas son necesarias para que la cocaína altere de forma permanente el funcionamiento del cerebro, modificando las estructuras en las que tiene lugar la memoria y el aprendizaje: las espinas dendríticas, unas diminutas protuberancias dispuestas a lo largo de las ramificaciones de las neuronas. Y esta modificación tiene el potencial de desviar la atención hacía la búsqueda compulsiva de la siguiente dosis de droga, como ocurre en la adicción, según publica el último número de la revista «Nature Neuroscience».
Es lo que ocurre al menos en roedores. Un equipo de investigadores de la Universidad de California y la Clínica Ernest Gallo ha observado directamente las células nerviosas en el cerebro de ratones vivos antes y después de administrarles por primera vez una dosis de cocaína, utilizando una técnica denominada microscopía de dos fotones.
Y lo que vieron fue que bajo el efecto de la droga, en tan solo dos horas los roedores experimentaron un rápido y robusto crecimiento en las espinas dendríticas de la corteza prefrontal del cerebro, encargada de controlar funciones relacionadas con la toma de decisiones, el razonamiento y la disciplina para llevar a cabo comportamientos adecuados. Por el contrario, en el grupo control, al que se había administrado únicamente una solución salina no se produjo tan incremento. Además, al día siguiente, estas nuevas espinas inducidas por la cocaína habían formado una red de conexiones casi cuatro veces más densa a la observada en los ratones que no recibieron cocaína.
Espinas dendríticas
Descubiertas por primera vez en 1888 por Santiago Ramón y Cajal, las espinas dendríticas forman los nodos (o sinapsis) de las redes neuronales y tienen un papel fundamental en la transmisión de información, la memoria y el aprendizaje, como ya intuyó hace más de un siglo nuestro Nobel. Según este experimento la cocaína modifica «el cableado» de los circuitos de la corteza prefrontal, encargada de dirigir al resto del cerebro, y con ello logra que el comportamiento se focalice fundamentalmente en aquellos estímulos relacionados con la obtención de droga, dejando de lado otros más habituales que pueden ser incluso esenciales para la supervivencia.
«Los consumidores de drogas muestran una disminución de la actividad de la corteza frontal en relación con las tareas cotidianas pero experimentan un incremento en respuesta a cualquier información o estímulo relacionado con la droga. El hallazgo explicaría cómo el cerebro de los consumidores de sustancias de abuso logra hacerlo», aclara Linda Wilbrecht, que ha liderado la investigación. «En el cerebro hay un determinado nivel de creación de nuevas espinas en respuesta o previsión de los aprendizajes que llevamos a cabo en el día a día. Al fomentar este crecimiento desmesurado, la cocaína induce un superaprendizaje de todo lo relacionado con esta droga», continúa Wilbrecht.
Otro dato destacable es que el número y la robustez de las espinas dendríticas correlaciona muy bien, entre los ratones cocainónamos, con su grado de adicción, que se mide por la preferencia de los roedores a permanecer en el lugar donde se les administra la cocaína.
Esta interesante y esclarecedora investigación ha sido posible, resalta Wilbrecht, gracias a la microscopía de dos fotones, desarrollada en 2002: «Crecí con las imágenes de una famosa campaña publicitaria que mostraba una sartén en la que se freían dos huevos, con el mensaje ‘este es tu cerebro con drogas’. Gracias a esta nueva técnica ahora podemos decir: ‘estas son tus neuronas bajo el efecto de las drogas».