¿Qué es un neurótico?
JOSÉ
LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor
Una persona neurótica es, simplemente, una persona que sufre.
El concepto “neurosis” es sinónimo de “dolor emocional excesivo”, con las
secuelas conductuales correspondientes. Este dolor puede manifestarse de muchas
maneras -ansiedad, depresión, fobias, agresividad, hiperactividad, celos,
dependencias, obsesiones, miedos, etc.-, pero, en general, todas ellas pueden
remitirse a un origen común. ¿Cuál es este origen? ¿Qué es la neurosis y cómo se
cura?
Desde un enfoque psicodinámico, el neurótico es casi siempre un
niño. No solamente un niño, por supuesto, ya que también posee muchos aspectos
adultos. Pero la intensidad de su neurosis tiende a ser proporcional a su grado,
digamos, de “infantilismo”. Al neurótico se le paró el reloj, vive atrapado en
el tiempo. Con independencia de cuál sea su edad cronológica, su edad emocional
nunca pasa de 2, 3, 5 o, como mucho, 15 años. Este infantilismo es la causa de
un choque brutal, de una gran inadaptación a la realidad, de lo que resultan su
dolor y sus síntomas neuróticos. (No debemos confundir el infantilismo del
neurótico con el “niño interior” que todos llevamos dentro. El niño interior es
el fondo infantil que refresca y enriquece nuestra personalidad madura, mientras
que el infantilismo neurótico bloquea e impide la maduración del sujeto. El
neurótico es, de hecho, un niño que se niega a crecer).
Cada síntoma
neurótico, por raro que sea, es un escudo. Cada escudo se entreteje con otros
hasta formar una sólida coraza mediante la que el neurótico se defiende no ya de
las heridas recibidas en su infancia, sino -por extensión- de la vida entera. Y,
así, desde ese búnquer el neurótico se resiste a afrontar la realidad adulta. Es
verdad que una parte de él quiere indudablemente curarse, dejar de sufrir,
crecer, ser feliz. Pero su lado infantil, más poderoso, se siente enormemente
cómodo y seguro en su perezoso nido de hábitos y defensas de “toda la vida” y,
como además sus sufrimientos lo han vuelto desconfiado, sus miedos refuerzan su
parálisis. Y, para colmo, teme que si efectivamente llegara a cambiar y curarse
dejaría quizá de reconocerse a sí mismo, de ser “él mismo”, ¡con lo mucho que le
ha costado construirse su personalidad, aunque sea tan doliente! Algunos
neuróticos llegan al extremo de idealizar su neurosis, de enorgullecerse de sus
sufrimientos, para no tener que desprenderse de su inmadurez. Por todo ello, en
fin, el neurótico se resiste a mejorar y sabotea inconscientemente sus
terapias.
¿Cuál es el terror supremo del neurótico? ¿Qué miedo
fundamental oculta en su caja de Pandora este niño asustado, refugiado bajo
capas y más capas de síntomas (ansiedad, tristeza, adicciones, etc.)? Su horror
básico es descubrir que realmente está solo en el mundo, que sus apegos
familiares están envenenados, que en cierto modo fue siempre un huérfano, que su
vida entera está llena de mentiras y en última instancia es un fracaso, que
nadie podrá salvarlo jamás. Siente pánico a sufrir este terrible desengaño (que
intuye oscuramente), a perder para siempre su última ilusión de ser amado
incondicionalmente como un niño, a admitir que ya no lo es y que resulta inútil
–y patético- seguir soñándolo. Pues la más terrible y abrasadora verdad es ésta:
el tren de su infancia pasó para siempre.
La neurosis nace, en efecto, de
la terrible nostalgia por una infancia fallida y, en consecuencia, la búsqueda
continua, inconsciente e insaciable de una segunda oportunidad. ¡Vana fantasía!
Para eludir este drama, el niño aterrado inventa en su refugio toda clase de
estratagemas: olvida o se aferra al pasado, deforma su memoria, idealiza a la
familia, se culpabiliza, finge perdonar, duda del psicoterapeuta, se enamora del
psicoterapeuta, viaja compulsivamente, se refugia en la promiscuidad, trabaja
hasta el agotamiento, etc. Pero el tiempo no perdona y la añorada felicidad no
llega...
¿En qué consiste la curación de la neurosis? La respuesta se
desprende de lo dicho más arriba: si la neurosis es el apego a una infancia ya
perdida y el consiguiente -e imposible- anhelo de revivirla en el presente,
entonces curarse es despertar a la cruda verdad, descubrir la locura de
semejante intento, reconocer y aprender a convivir con la certeza de que nadie
podrá ser jamás nuestro padre/madre perdidos y que, por tanto, sólo nosotros
podemos –y debemos– asumir el peso de nuestra soledad, de nuestra existencia, de
nuestro destino. Con la ayuda y compañía de muchas personas, desde luego, pero
fundamentalmente solos y autónomos. Para conseguirlo, habrá que llorar hasta la
última lágrima, gritar hasta la última rabia, liberarse de los principales
apegos y resistencias infantiles. Se trata de algo muy parecido a una
"deshabituación". El destete final de todas las nostalgias inútiles, el
definitivo re-nacimiento a la vida presente, la inauguración de la etapa
adulta.
Muchas personas logran recorrer este proceso -profundo y
apasionante- por sí mismas. Otros necesitan la ayuda de psicoterapias
especificas. Pero siempre vale la pena.