Mi tía tenía muchos problemas. Era irritable, gruñona y
amargada. Hasta que un día, de pronto, ella cambió.
La situación estaba
igual, pero ella cambió.
"Vieja, dijo su marido, llevo tres meses
buscando trabajo y no he encontrado nada, voy a echarme unas cervezas con los
amigos".
-Bien, contestaba mi tía, ya encontrarás.
"Mamá, dijo mi
primo, troné todas las materias en la facultad".
-Bien, respondió mi tía,
ya te recuperarás; y si no, pues repites el semestre. Pero tú lo vas a
pagar.
"Mamá, dijo mi prima, Choqué el carro".
-Bien, suspiró mi tía,
llévalo al taller, busca cómo pagar, y mientras muévete en camión.
Todos
estaban preocupados al ver estas "no reacciones" de mi tía. Pero cuál fue su
sorpresa, cuando se reunieron en torno a ella, mi tía explicó:
"Me tomó
mucho tiempo darme cuenta de que cada quien es responsable de su vida.
Me tomó años descubrir que mi angustia, mi mortificación, mi depresión,
mi coraje, mi insomnio y mi estrés, no solo no resolvían sus problemas, sino que
agravaban los míos.
Yo no soy responsable de las acciones de los demás,
pero sí soy responsable de las reacciones que yo exprese ante eso.
Por
lo tanto, llegué a la conclusión de que mi deber para conmigo misma es mantener
la calma y dejar que cada quién resuelva lo que le corresponde. He tomado cursos
de meditación, de Desarrollo Humano, de Higiene Mental y de Programación
Neurolingüística.
Hay un común denominador, todos conducen al mismo
punto:
Eso es que yo solo puedo tener control sobre mí misma.
Ustedes
tienen todos los recursos necesarios para resolver su propia vida.
Yo solo
podré darles mi consejo si acaso me lo piden; de ustedes depende seguirlo o no.
Así que de hoy en adelante, yo dejo de ser el recipiente de sus
responsabilidades, la abogada de sus faltas, la depositaria de sus
deberes.
Los declaro a todos adultos, independientes y autosuficientes".
Todos se quedaron mudos. Ese día la familia comenzó a funcionar
mejor.