Hace ya unos meses, anduve por Entre Rios por razones de negocios
y fui invitado a visitar una finca propiedad de un paisano alemán del Volga,
donde elaboraban jamones caseros. Al pasar por un chiquero me llamó la
atención el porte de un chancho amamantando a unos cuantos lechones.
Para salir de la curiosidad, le pregunté al hijo del patrón que me estaba
atendiendo de que raza eran esos chanchos. Son de raza argentina,
pero espere que lo llamo a mi padre que el le va a gustar contar la historia.
Por la puerta de la cocina emergió don Boris, un gigante de cabellos blancos
que se desplazaba dificultosamente asistido por un bastón de tres patas,
y me invitó a sentarme a la mesa de la galería donde reinaba un enorme
botellón de alcohol de nuez.
¿Usted sabe como se cazan los chanchos salvajes del monte?
me espetó el paisano sin más trámite, mientras me servía un vasito
chato de ese brebaje.
Bueno, creo que con perros que los paran y un fusil que los sacrifica
le contesté prudentemente, presintiendo que la historia venia por otro lado
y que el viejo sabía más que yo.
En este caso no es así, me dijo don Helmuth, y cuando le diga como los
cazo yo, usted va a poder entender por que se los llama de raza argentina.
Y si es un hombre inteligente, podrá sacar conclusiones acerca de porque
a los argentinos les va como les va.
En el fondo de la finca, detrás de aquella cortina de álamos que usted ve
hay un monte inculto y sin trabajar. Dentro de ese cuadro suele haber
chanchos salvajes del monte. Para cazarlos hay que comenzar a buscar
un manchón sin matorrales y tirar un poco de maíz en el piso.
Cuando los chanchos lo descubren, van a comer todos los días,
y usted solo tiene que reponerles diariamente la ración.
Una vez acostumbrados le construye una cerca en uno de los lados
del sitio y le sigue colocando comida. Por unos días van a desconfiar
pero terminan volviendo. Entonces se hace otra cerca a continuación de la anterior
y les sigue poniendo comida hasta que dejen de dudar y vuelven a comer.
Y así sucesivamente hasta que que cierra los cuatro lados dejando
una abertura para un portón. Ya para entonces se han acostumbrado
al maíz fácil le han perdido el miedo a los cercos y entran y salen
con toda naturalidad. Entonces usted va y coloca el portón, lo deja abierto
y sigue colocando el maíz. Hasta el día que va y encuentra la piara comiendo
y cierra el portón. Al principio empiezan a correr en circulos como locos,
pero ya están sometidos. Muy pronto se tranquilizan y vuelven al alimento
fácil que ya se olvidaron de buscar por si mismos y aceptan la esclavitud.
Ustedes no se dan cuenta que estos gobiernos populares y demagógicos que tienen
proceden de la misma manera que yo con los chanchos.
Les tiran maíz disfrazado de programas de ayuda, planes sociales, empleos
públicos, cargos políticos, subsidios para cualquier cosa, leyes proteccionistas,
sobornos electorales...
Todo a costa del sacrificio de las libertades que le van confiscando migaja a migaja.
Y los argentinos no se dan cuenta que no existe la comida gratis, y que no es posible
que alguien preste un servicio mas barato que el que uno mismo hace.
¿Acaso no ven que toda esa maravillosa ayuda que reparte el gobierno
lo hace con los poderes que el pueblo permite que se arroguen para depredar
las libertades y los bienes de la gente que trabaja y produce?
¿Pero como pueden vivir en un paraíso y convertirlo a toda costa en un infierno?
¿Como pueden crear constancia cívica si los políticos forman cuadros de Borocotó?
Sigan así no más, y que Dios los ayude cuando le cierren el portón.
Don Helmuth desapareció rengueando por la puerta de la cocina.
Y yo, apabullado por la verdad me volví rumiando bronca
por el polvoriento camino de regreso a casa.
(Recibido en mi correo, desconozco autor)