el acto de perdonar es un asunto libre.
El acto
de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re–actúa
simplemente, según el conocido principio "ojo por ojo, diente por
diente"
. El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando
perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena
siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso
iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a
desatarme de los enfados y rencores. No estoy "re–accionando", de
modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.
Superar
las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza
envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se
intoxica a sí misma
. El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y
se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con
repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina
su vida.
Los
resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan
su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de
insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su
propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se
encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender
siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresiones. Un
refrán chino dice: "El que busca venganza debe cavar dos fosas."
En
su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color
describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le
llevó en su juventud a odiar a los blancos, "porque han linchado y
mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado"
. La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que
su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su
dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica
blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar
que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir
perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una
persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró
el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le
impedían ser feliz.