Los hablantes de español formamos un grupo
lingüístico de más de trescientos cincuenta millones de hablantes, repartidos
entre España y la América hispanohablante. Nos entendemos gracias a la
homogeneidad lingüística del español, pero, aún así, no dejan de llamar la
atención las variedades con que lo hablamos.
Nos damos cuenta de que –según la zona
geográfica– los hablantes se distinguen: unos pronuncian la “z” y la “c”
distintas de la “s”, otros, en cambio, las igualan a “s”; hay también los que
utilizan el “vos” en vez de “tú” o los que usan el “ustedes” frente a los que
prefieren el “vosotros”; etc. A esta perceptible heterogeneidad fónica y
gramatical se une también la léxica, que es en la que existen mayores
posibilidades de incomprensión o malentendidos cuando se encuentran hablantes de
dialectos o variedades diferentes: peruanos, cubanos, argentinos, bolivianos,
mexicanos, españoles, etc. Bastará con poner los ojos en solo unos cuantos
términos para dar prueba de ello, como por ejemplo: medias, piyama, calzón y
poto del español peruano en comparación con el español
peninsular.
En España los hombres no usan “medias”. Y es que
“medias” solo usan las mujeres, así lo aclaran ellos: “las medias son los pantis
de mujer, los hombres usamos calcetines”. En cambio, los peruanos llamamos
“media” a la ‘prenda de punto, seda, nailon, etc. que cubre el pie y la pierna
hasta la rodilla o más arriba’ (Diccionario de la Real Academia Española, 2001),
palabra formada de la expresión “media calza” que designaba las “medias” para
distinguirlas de las “calzas” enteras que cubrían desde la pierna hasta la
cintura (María Moliner, 2007). Así nos referimos a todo tipo de medias, aunque
en algunos casos lo especifiquemos, como en “medias pantis” (o simplemente con
género femenino “las pantis” o las formas “panti” o “panty”, pero nunca escrito
*pantys ni *panties). Así que cuidado con esta pequeña dosis de distinción entre
“medias”, “calcetines” y “pantis” para no llegar a la desesperación de tener que
levantarnos el pantalón y enseñarle a un español lo que es una “media” en
“peruano”, o al contrario.
¿Por qué nos distinguimos de los españoles
cuando decimos “piyama” (pronunciada con ye)? Pues, porque ellos dicen “pijama”
(pronunciada con jota); con este término han adaptado a nuestra lengua la
palabra inglesa “pyjamas” (tomada del hindi y este del persa ‘prenda de pierna’)
al castellanizar la grafía y la pronunciación, mientras que nosotros escribimos
“piyama” y mantenemos la pronunciación inglesa con “y” (es incorrecto escribir
“pijama” y pronunciar “piyama”). Además, los peruanos, al igual que los
mexicanos, la usamos en femenino (la piyama, las piyamas), mientras que ellos
le han asignado el género masculino (el pijama, los pijamas). En este caso, la
distinción léxica ha afectado solo a la forma del nombre porque con ambas
palabras se hace referencia a la ‘prenda para dormir, compuesta en general de
dos piezas’ (Diccionario Panhispánico de Dudas, 2005).
Hay otras palabras que pueden resultar más o
menos chistosas o fuertemente chocantes, según sea el caso, así que no nos
alarmemos demasiado con la fuerte dosis léxica de lo que explicaré a
continuación. A un español, por ejemplo, le causa mucha gracia que a la ropa
interior femenina le llamemos “calzón” y no “braga”, que es como llaman a la
ropa interior que cubre desde la cintura hasta el inicio de la entrepierna o
bragadera. “¿Acaso las mujeres en Perú los usan hasta las rodillas?”, dijo
alguno, prueba de que ellos asocian “calzón” con “grande”, “largo” o “enorme”
por su terminación en -ón, como aumentativo de “calza” (prenda de vestir que,
según los tiempos, cubría de manera holgada o ceñida todo o parte de los muslos
y las piernas), y porque, además, en determinadas zonas es el nombre, sobre
todo, de los calzoncillos largos. Por otra parte, para un español no es nada
chocante decir “culo” para referirse al “poto” en los ámbitos más normales de
comunicación cotidiana, pero a nosotros nos resulta impronunciable porque la
consideramos una palabra “tabú”, es decir, prohibida o censurada en el hablar
cotidiano porque trasmite una fuerte carga soez.
Ante las diferentes dosis de distinción léxica,
debemos tener, pues, una actitud abierta y no sorprendernos al extremo, a no ser
que nos pase lo que a una amiga peruana cuando se dio un tropezón mientras
caminaba por una calle madrileña. Casi se muere y no precisamente por el golpe
que se hubiera dado sino por el fuerte impacto que le causó lo que un español en
su hablar le dijo: “¡Que te descoñas, mujer!” (en lugar de ¡Que te das un
golpazo, mujer!); expresión capaz de “noquear” a un peruano, y no hace falta
explicar por qué.