“Si hubo tiempo, fue el tiempo, quién unió tu
mirada a mis ojos para expresarte en mí. Un día, insatisfecho, separaste tus
ojos del hombre que te hizo, para alzarlos hacia el Olimpo. Encandilados por los
palacios de cristal, en que moraban los dioses, tu cambiada mirada volvió sobre
mis ojos... Ya no expresa, ordena; no ama, posee; una fría distancia te separa.
Me fui inclinando reverencialmente, intimidado por tu nueva sabiduría,
avasallado por un falso halo de poder, que tu presencia desprende. Ricos mantos
te cubren, tu voz ensordece ahora, proclamas tu amistad con los moradores del
Olimpo y como un dios respondes a quien ose hablar. Tú, hijo del tiempo y de la
tierra, ordenaste una nueva torre levantar, para coronarla con tu nombre. Tú,
hijo de la humanidad, de la insoportable soledad y del dolor, viviste un tiempo,
si hay alguien que te recuerde y si existe el tiempo, cuando tu cabeza acaso,
creyó alcanzar las nubes. Tú, desapareciste para siempre, solo quedó tu
estiércol maloliente de los hijos de la tierra y la mirada ausente de los ojos,
que un día si hay tiempo, dejaste de mirar. Así fue desde la eternidad de la
luz, cuando la mirada terrenal se aparta de los ojos del hombre. El brillo de
tus ojos no es el big bang de alfa ni de omega, solo un resplandor efímero de tu
soberbia, hijo de la tierra”.
La soberbia levanta torres con cimientos sobre
tejado y el tejado de cimiento, aeropuertos sin vuelos, carreteras a ninguna
parte, no en balde es como un grito de dádiva, generosamente atendido por la
irreverencia de un poder absoluto, carente de escrúpulos. Es la soberbia
organizada, organizada en una jungla salvaje, donde el más fuerte marca
territorio, olvidando que el más fuerte hoy, es el perdedor de mañana. De esta
soberbia del poder lamento, que hace escuela y cala en una sociedad, cada vez,
más exenta de valores. Porque no interesa una sociedad virtuosa. Si tuviéramos
una sociedad austera, sencilla, humilde, reflexiva e inteligente ¿Qué sería de
un sistema productivo de tanta intrascendencia, de tanta banalidad y de tantos
modelos de vida irreales? Cuando el capitalismo se deshumaniza, si es que alguna
vez tuvo rostro humano, el mundo enloquece en una espiral de pobreza,
desigualdad, envidias, luchas y corrupción como hemos visto en unos años,
pasados los días de vino y rosas, en que todos nos creíamos, dioses menores de
un olimpo que resultó, más que la feria de la vanidades. Alzamos una torre tan
alta, de tan escasos cimientos, que la torre no ha hecho más, que empezar a
desmoronarse.
Siempre que he leído sobre la soberbia, me
pareció que era la cualidad imperfecta de la persona y sus congéneres, los que
afeaban dicha conducta. Pensando en todo lo que ha pasado, mi opinión ahora es
que la dimensión de este mal es mucho más social, porque de este “pecado” se ha
hecho pensamiento y éste siempre tiende a difundirse, crear escuela primero y
luego norma. Norma que le viene como anillo al dedo al sistema, carente de
valores, que no sea producir y reproducir la parábola del rico Epulón. Ya no se
afean semejantes comportamientos, como mucho y si no es muy poderoso, echamos la
vista hacia otro lado o contemporizamos hasta que se pueda.
Don Francisco de Quevedo advierte que es más
fácil escribir sobre la soberbia que vencerla. Sabias palabras. Convencido de
ese axioma, no voy a mirar la paja en ojo ajeno, para que me descubran la viga
en el mío. Solo pretendo reclamar espacios de valores en una sociedad, que
contemplo mecida y adormecida, por modelos que hacen de la imperfección, virtud,
de la fealdad, estética, de la altanería, melodía. Simplemente pensar, pensar y
mirar en esas altas torres, que se levantan ante mi vista preguntándome una y
otra vez: ¿Habrá horizonte más allá?
Busco, que los que en vida nos vanagloriamos,
nos jactamos, somos altaneros, fastuosos y ambiciosos, hipócritas, presuntuosos
y pertinaces, nos reconozcamos humanos con fecha de caducidad. Todos hemos
tenido nuestro minuto de gloria, pero no conozco a ningún humano, que esa gloria
la haya podido trasladar a ningún olimpo, porque éste es de los dioses; los
humanos, de la tierra.