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General: INSOLENTE
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De: SCCHEREZADA (Mensaje original) |
Enviado: 08/09/2014 16:34 |
El Dr. Mario A. Rosen es médico, educador, escritor, y
empresario exitoso. Tiene 63 años. Socio fundador de Escuela de Vida, Columbia
Training System, y Dr. Rosen & Asociados. Desde hace 15 años coordina grupos
de entrenamiento en Educación Responsable para el Adulto. Ha coordinado estos
cursos en Neuquén, Córdoba, Tucumán, Rosa rio, Santa Fe, Bahía Blanca y en
Centro América. Médico residente y Becario en Investigación clínica del Consejo
Nacional de Residencias Médicas (UBA). Premio Mezzadra de la Facultad de
Ciencias Médicas al mejor trabajo de investigación (UBA). Concurrió a cursos de
perfeccionamiento y actualización en conducta humana en EEUU y Europa. Invitado
a coordinar cursos de motivación en Amway y Essen Argentina, Dealers de Movicom
Bellsouth, EPSA, Alico Seguros, Nature, Laboratorios Parke Davis, Melaleuka
Argentina, BASF.
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En mi casa me
enseñaron bien. Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar
dos reglas sagradas: Regla N° 1: En esta casa las
reglas no se
discuten. Regla N° 2: En esta casa se
debe respetar a papá y
mamá. Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una
exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja,
porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: "Ya van a ver cuando
llegue papá..." Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás
salían a trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los
papás volvían a su casa. No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la
morgue. El respeto por la Autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida
graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las
reglas. Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un
sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero
acépteme esto: era muy
aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me
ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada
no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que
eran sólidas.. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo
contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y
ausencia. Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y
tan reales y consistentes como eran "lavarse las manos antes de sentarse a la
mesa" o "escuchar cuando los mayores hablan". Había otro detalle, las mismas personas que me imponían
las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que
todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales
ante la Sagrada Ley
Casera. Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié "las
reglas" mediante el sano y excitante proceso de la "travesura" que me permitía
acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites.
Siempre era descubierto, denunciado y castigado
apropiadamente. La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio
proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin
castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo
predecible.. El castigo era una salida
terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a
los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas.. Tampoco
existía el dos por uno. A tal travesura tal
castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran
dispuestos y preparados a cumplir. Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de
la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta
y dolorosamente comprobé
que más allá de la esquina de mi casa había "travesuras" sin "castigo", y una enorme cantidad de "reglas" que no se cumplían, porque
el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo
permite). El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas
para arriba. Conocí algo
que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude
digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad".
¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad.
En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también
había piedad. Le explicaré: Justicia, porque "el que las hace las paga". Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad
quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un
minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que
sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de
sacar los pies del plato. Las reglas eran claras. Los castigos eran
claros. Así fue en mi
casa. Y así creí que sería
en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia
había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara.
En mi
casa había una "Tercera Regla" no escrita y, como todas las reglas no escritas,
tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta fue la regla de oro que presidía el
comportamiento de mi casa: Regla N° 3: No sea insolente.
Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser
hecho para poner las cosas en su
lugar. Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la
que vivo. Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla
-es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea
arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse
responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar
semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas
son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad
plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e
insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o
hacerla respetar. Así no hay remedio. El mal del mundo es la
insolencia. La insolencia
está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un
culto de cuatro principios: - Pretender saberlo todo. - Tener razón hasta morir. - No escuchar. - Tú me importas, sólo si me
sirves. La insolencia en mi país admite que la gente se muera de
hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país
logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los
impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no
pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los
que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que,
insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece
mentira. Así
nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña,
ignorante y arrogante. Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las
reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la
suya? Qué
interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas
eran también las reglas en sus casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión
que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué
nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo
voy a contestar. PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier
cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar
un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o
criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos
son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos
los que estamos dispuestos a respetar estas
reglas. Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre
nosotros. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo
en un bote de basura. Si no hay un bote de
basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un
papel en la calle simplemente "Levántelo"usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho
tiempo en que seamos varios para levantar un mismo
papel. Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los
semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la
regla. Si es un automovilista, respete los semáforos y respete
los derechos del peatón. Sea educado al manejar, dar el paso demuestra
educación. Si saca a
pasear a su perro, levante los desperdicios. Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único
modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que
la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la
responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza
por aprender a mantenerla limpia y
ordenada... Si
todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier
cosa. Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es
el desafío. Los insolentes
tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo.
Nuestro país está
condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el
arrepentimiento. ¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA
CALLE? Espero no haber
sido insolente. En ese caso, disculpe. Dr. Mario Rosen (¿Sería muy insolente si le pido que lo
reenvíe?)
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De: JuanJ |
Enviado: 09/09/2014 07:44 |
Gracias comadrita.. Excelente mensaje
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MUY BUENO AMIGA
ASI ERA EN MIS TIEMPOS DE NIÑEZ
PERO ESOS VALORES SE FUERON PERDIENDO |
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