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General: ERASE UNA VEZ...
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De: LEO-MARI (Mensaje original) |
Enviado: 21/08/2015 14:14 |
Érase una vez un viejo
castillo, con su foso pantanoso y su puente levadizo, el cual estaba
más veces levantado que bajado, pues no todas las visitas son deseables.
Había troneras bajo el tejado, y mirillas a lo largo de los muros; por
ellos podía dispararse al exterior o arrojar agua hirviendo o plomo
derretido sobre el enemigo, cuando se acercaba demasiado. Los aposentos
interiores eran de alto techo, y así convenía que fuesen, por el mucho
humo que salía del fuego del hogar, alimentado con troncos húmedos. De
la pared colgaban retratos de hombres con sus armaduras, y de altivas
damas en sus pesados ropajes. La más altiva de todas vivía y deambulaba
por los recintos del castillo; era su dueña y se llamaba Mette Mogens.
Una noche vinieron
bandidos. Mataron a tres de los servidores del castillo y al perro
mastín, ataron luego a Dama Mette a la perrera con la cadena del animal
e, instalándose en la gran sala, se bebieron el vino de la bodega y la
buena cerveza.
Dama Mette permanecía encadenada en la caseta; ni siquiera podía ladrar.
En éstas se le acercó
el más joven de los bandidos, deslizándose de puntillas para no ser
oído, pues los demás lo hubieran asesinado.
-Señora Mette Mogens
-dijo el mozo-, ¿te acuerdas de que un día mi padre, en vida aún de tu
esposo, fue condenado a montar en el potro del tormento? Tú pediste
piedad para él, pero en vano; hubo de cumplirse la sentencia. Pero tú te
acercaste a hurtadillas como lo hago yo ahora, y le pusiste una piedra
debajo de cada pie para procurarle un punto de apoyo. Nadie lo vio, o
por lo menos hicieron como si no lo vieran; por algo eras la señora. Mi
padre me lo contó, y yo he guardado el relato en mi corazón, mas no lo
he olvidado. ¡Ahora te devuelvo la libertad, señora Mette Mogens!
Poco después los dos galopaban, bajo la lluvia y la tempestad, en busca de ayuda.
-Ha sido un pago espléndido por el pequeño favor que presté al viejo -dijo Dama Mogens.
-Lo que se guarda en el corazón no se olvida -respondió el joven.
Los bandidos fueron ahorcados.
En una región
solitaria se alzaba un viejo castillo; todavía hoy existe. No era el de
Dama Mette Mogens, sino de otra noble familia.
La historia sucede en
nuestros tiempos. El sol brilla en la punta dorada de la torre; pequeñas
manchas de bosque destacan como ramilletes entre el agua, y en derredor
nadan cisnes salvajes. En el jardín crecen rosas; la castellana es la
rosa más preciosa, radiante de alegría, la alegría de una buena acción.
El rayo de gozo no se proyecta hacia fuera, hacia el mundo, sino que
penetra profundamente en el corazón; en él permanece bien guardado, no
olvidado.
La señora viene del
castillo y se dirige a la cabaña de unos jornaleros que viven en el
campo. En ella yace una pobre muchacha paralítica. La ventana del
reducido cuartucho da al Norte, y nunca entra por ella el sol. La
inválida sólo puede ver un pedacito de campo, cerrado por el alto borde
del foso. Pero hoy luce allí el sol, el hermoso y confortador sol de
Dios, que entra desde el Sur por la nueva ventana, que antes era toda
ella pared. La enferma está sentada al sol, ve el bosque y la orilla del
mar; el mundo se ha vuelto para ella inmenso y bello, y todo gracias a
una sola palabra de la bondadosa castellana.
-¡La palabra fue tan
sencilla, la acción tan insignificante! -dijo-, pero la alegría que
sentí fue inmensamente grande y bienhechora.
Y por eso practica
tantas buenas obras, piensa en todos los hogares humildes y también en
los ricos, cuando pasan por alguna tribulación. Lo hace todo sin
ostentación, en secreto; pero Dios no lo olvida.
Hay una antigua casa
patricia en la ciudad grande y laboriosa. No entraremos en sus aposentos
y salones, sino que nos quedaremos en la cocina. Está clara y caldeada,
limpia y aseada. La batería de cobre reluce como espejos, la mesa
parece pulimentada, el vertedero está como una tabla acabada de fregar.
Es una sola criada la que ha hecho todo el trabajo, y aún ha tenido
tiempo de vestirse primorosamente, como para ir a la iglesia. Lleva en
la cofia un lazo, un lazo negro, señal de luto. Y, sin embargo, no tiene
a nadie por quien llevar luto, ni padre ni madre, ningún pariente, ni
novio; es una pobre doncella. En tiempos estuvo prometida, con un hombre
pobre también; se querían entrañablemente. Un día él le dijo:
-No poseemos nada. La
rica viuda que es dueña de la bodega me ha dirigido palabras cariñosas y
quiere proporcionarme el bienestar; pero tú sola vives en mi corazón.
¿Qué me aconsejas?
-Lo que tú creas que
haya de hacer tu felicidad -respondió la muchacha-. Sé bueno y afectuoso
con ella; pero piensa que no volveremos a vernos desde el momento en
que nos separemos.
Transcurrieron unos
años. Un día ella se encontró en la calle con su antiguo amigo y novio.
Su aspecto era triste y enfermo, y la joven no pudo por menos de
preguntarle:
-¿Qué tal estás?
-Muy bien, no me falta
nada -respondió él-. La mujer es buena y honrada, pero tú llenas mi
corazón. He sostenido una terrible batalla, que pronto terminará. ¡No
volveremos a vernos sino ante el trono de Dios!
Transcurrió otra
semana, y en el periódico de hoy viene la noticia de su muerte; pero eso
se ha puesto luto la doncella. El que un día fue su novio ha fallecido
-dice la esquela-, dejando esposa y tres hijastros. La campana tañe con
un son quebrado; y, sin embargo, el metal es puro.
El lazo negro indica el luto, el rostro de la joven lo indica aún más. Vive oculto en el corazón, pero no olvidado.
¿Ves? Son tres
historias, tres hojas de un tallo. ¿Quieres más hojas de trébol? Hay
muchas guardadas en el libro del corazón; guardadas, pero no olvidadas.
FIN
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ME ENCANTAN LOS CUENTOS, HISTORIAS, RELATOS Y LEYENDAS, COMADRITA LEO... LAS DISFUTO ENORMEMENTE, DOY VUELO A LA IMAGINACION Y ME VEO ENMEDIO DE LA TRAMA.
GRACIAS POR COMPARTIR... FELIZ FIN DE SEMANA, PRECIOSA
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De: Monacha |
Enviado: 23/08/2015 13:46 |
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