REFLEXION
Jesús se encuentra con sus amigos. Yo soy su amigo. Sale a mi encuentro. Es Él quien va a Betania y quien viene a tocar a mi puerta. Desea sentarse a mi mesa, partir el pan conmigo, hablar conmigo.
Toca
a la puerta de mi corazón para iluminarlo y consolarlo: "Sólo Él tiene
palabras de vida eterna" No sólo está a mi lado: me lleva en sus brazos
para que las asperezas, las piedras y el barro no me salpiquen y no me
hagan tropezar y caer, si yo quiero.
Y, aunque cayera, su amor
no disminuiría, incluso me amaría más. Limpiaría mis heridas y manchas
del camino. Él sería una María de Betania para con nosotros, nos
perfumaría los pies y la cabeza. ¿No deberíamos nosotros hacer lo mismo?
Ponernos a sus pies y llorar. Llorar por la tristeza de
ofenderle y llorar por la alegría de su perdón. Las lágrimas son la
mejor oración que podemos elevar a Dios. Y, también, perfumar sus pies;
que el perfume de nuestras buenas obras y el ungüento de nuestro perdón
sean dignos de un Dios tan misericordioso. Como Él perdona, así perdonar
a quienes nos ofenden.
No nos fijemos en el "derroche" de este
caro perfume. Es un perfume que nunca se acaba si es a Cristo a quien lo
ofrecemos. Obrando así prepararemos la sepultura del Señor, su
resurrección y su permanencia entre nosotros.
Juan Jesús Riveros
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