Un viejo judío, de alma torturada por pesados remorsos, llegó,
cierto día, a los pies de Jesus, y le confesó extraños pecados.
Valiéndose de la autoridad que tenía en el pasado,
había despojado
a varios amigos de sus tierras y bienes,
llevandolos a la ruina
total y reduciéndoles las familias a doloroso cautiverio.
Con maldad premeditada, hube sembrado en muchos corazones
la desesperación, la aflicción y la muerte.
Se hallaba, de ese modo, enfermo, afligido y perturbado...
Médicos no le solucionaban los problemas,
cuyas raíces se perdían en
los profundos laberintos de la conciencia lacerada.
El Maestro Divino, sin embargo, allí mismo,
en la casa de Simão Pedro,
donde se encontraba, oró por el enfermo y,
enseguida, le dijo: - Ve en paz y ya no peques.
El anciano notó que una onda de vida nueva le
hubo penetrado el cuerpo,
se sintió curado, y salió, rindiendo gracias Dios.
Parecía llenamente feliz, cuando, al atravesar la extensa fila de
los sofredores que esperaban por el Cristo, un pobre mendigo,
sin querer, le pisó en un de los callos que traía en los pies.
El enfermo restaurado soltó un grito terrible y atacó el
mendigo.
Se estableció gran tumulto. Jesus vino a la calle apaciguar los animos.
Contemplando la víctima en sangre, se dirigio al
ofensor y habló: - Después de que
recibas el perdón, en nombre de Dios,
para tantas faltas,
no pudiste disculpar la ligera precipitación de un
compañero más desventurado que tú?
El viejo judío, ahora muy pálido, puso las manos sobre el pecho y
y dijo a Cristo: - Maestro, socorreme!...
Me siento desfallecer de nuevo...
Que será esto?
Pero, Jesus sólo respondió, muy triste: - Eso, mi hermano,
es el odio y la cólera que otra vez llamaste al propio corazón.
Y, aún hoy, eso acontece a muchos que,
por falta de paciencia y de amor,
adquieren amargura, perturbación y enfermedad.
Libro: Padre Nuestro
Espiritu Meimei & Psicografia Chico Xavier