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General: ALEJANDRO DOLINA
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De: LEO-MARI (Mensaje original) |
Enviado: 18/10/2015 14:37 |
LA AVENTURA DEL CONOCIMIENTO Y EL APRENDIZAJE
Por Alejandro Dolina
La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no
significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la
vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente
hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud
en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura
-inexplicablemente- la adquisición de conocimientos. En los
últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y
establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el
bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese
de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he
pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio
secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas
horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas
chuscas. Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.
¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de
recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos
quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable
característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan
la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las
historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad
es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los
copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores,
los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en
general, todo aquello que no ahorre la espera y nos permita recibir
mucho entregando poco. Todos nosotros habremos conocido un número
prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan
las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra,
pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le
hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus
libros. Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de
los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a
cambio. Quieren el prestigio y la guita que ganan los
ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a
sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor.
Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto
jamás un libro. Tales actitudes no deben ser alentadas, me
parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de
los cursos acelerados de cualquier cosa. Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente. Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho
entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el
conocimiento es algo tedioso y poco deseable. ¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!
El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en
cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina
uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto,
caballeros, es cierto. Los cursos que no se dictan: Aquí
conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son
de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una
aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El
olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante
largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y
he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de
señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente
sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así
terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por
el alma de la buena gente. Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente
se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos
para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone.
Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares
de episodios insoportables con un buen sistema de humillación
instantánea. Hay -además- cursos acelerados que tienen una
efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los
"sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno",
etc. Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a
enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y
terminantes. Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los
cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen
su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido
el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a
recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la
preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo
es un garronero de la vida. De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda. Yo
propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el
establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los
periódicos y en las estaciones del subterráneo. "Aprenda a tocar la flauta en 100 años". "Aprenda a vivir durante toda la vida".
"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el
dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos
del aprendizaje".
ALEJANDRO DOLINA
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De: JuanJ |
Enviado: 19/10/2015 10:47 |
Gracias mi querida Leonor por las reflexiones..
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