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De: LEO-MARI (Missatge original) |
Enviat: 03/11/2015 15:04 |
Los chicos
[Cuento. Texto completo]
Ana María Matute
Eran cinco o seis,
pero así, en grupo, viniendo carretera adelante, se nos antojaban quince
o veinte. Llegaban casi siempre a las horas achicharradas de la siesta,
cuando el sol caía de plano contra el polvo y la grava desportillada de
la carretera vieja, por donde ya no circulaban camiones ni carros, ni
vehículo alguno. Llegaban entre una nube de polvo que levantaban sus
pies, como las pezuñas de los caballos. Los veíamos llegar y el corazón
nos latía de prisa. Alguien, en voz baja, decía: «¡Que vienen los
chicos...!» Por lo general, nos escondíamos para tirarles piedras, o
huíamos.
Porque nosotros temíamos a los chicos como al diablo. En
realidad, eran una de las mil formas de diablo, a nuestro entender. Los
chicos, harapientos, malvados, con los ojos oscuros y brillantes como
cabezas de alfiler negro. Los chicos, descalzos y callosos, que tiraban
piedras de largo alcance, con gran puntería, de golpe más seco y duro
que las nuestras. Los que hablaban un idioma entrecortado, desconocido,
de palabras como pequeños latigazos, de risas como salpicaduras de
barro. En casa nos tenían prohibido terminantemente entablar relación
alguna con esos chicos. En realidad, nos tenían prohibido salir del
prado bajo ningún pretexto. (Aunque nada había tan tentador, a nuestros
ojos, como saltar el muro de piedras y bajar al río, que, al otro lado,
huía verde y oro, entre los juncos y los chopos.) Más allá, pasaba la
carretera vieja, por donde llegaban casi siempre aquellos chicos
distintos, prohibidos.
Los chicos vivían en los alrededores del
Destacamento Penal. Eran los hijos de los presos del Campo, que redimían
sus penas en la obra del pantano. Entre sus madres y ellos habían
construido una extraña aldea de chabolas y cuevas, adosadas a las rocas,
porque no se podían pagar el alojamiento en la aldea, donde, por otra
parte, tampoco eran deseados. «Gentuza, ladrones, asesinos.. .» decían
las gentes del lugar. Nadie les hubiera alquilado una habitación. Y
tenían que estar allí. Aquellas mujeres y aquellos niños seguían a sus
presos, porque de esta manera vivían del jornal que, por su trabajo,
ganaban los penados.
El hijo mayor del administrador era un
muchacho de unos trece años, alto y robusto, que estudiaba el
bachillerato en la ciudad. Aquel verano vino a casa de vacaciones, y
desde el primer día capitaneó nuestros juegos. Se llamaba Efrén y tenía
unos puños rojizos, pesados como mazas, que imponían un gran respeto.
Como era mucho mayor que nosotros, audaz y fanfarrón, le seguíamos
adonde él quisiera.
El primer día que aparecieron los chicos de
las chabolas, en tropel, con su nube de polvo, Efrén se sorprendió de
que echáramos a correr y saltáramos el muro en busca de refugio.
-Sois cobardes -nos dijo-. ¡Esos son pequeños!
No hubo forma de convencerle de que eran otra cosa, de que eran algo así como el espíritu del mal.
-Bobadas -nos dijo. Y sonrió de una manera torcida y particular, que nos llenó de admiración.
Al
día siguiente, cuando la hora de la siesta, Efrén se escondió entre los
juncos del río. Nosotros esperábamos, detrás del muro, con el corazón
en la garganta. Algo había en el aire que nos llenaba de pavor.
(Recuerdo que yo mordía la cadenita de la medalla y que sentía en el
paladar un gusto de metal raramente frío. Y se oía el canto crujiente de
la cigarra entre la hierba del prado.) Echados en el suelo, el corazón
nos golpeaba contra la tierra.
Al llegar, los chicos escudriñaron
hacia el río, por ver si estábamos buscando ranas como solíamos. Y para
provocarnos, empezaron a silbar y a reír de aquella forma de siempre,
opaca y humillante. Era su juego: llamarnos sabiendo que no
apareceríamos. Nosotros seguíamos ocultos y en silencio. Al fin, los
chicos abandonaron su idea y volvieron al camino, trepando terraplén
arriba. Nosotros estábamos anhelantes y sorprendidos, pues no sabíamos
lo que Efrén quería hacer.
Mi hermano mayor se incorporó a mirar
por entre las piedras y nosotros le imitamos. Vimos entonces a Efrén
deslizarse entre los juncos como una gran culebra. Con sigilo trepó
hacia el terraplén, por donde subía el último de los chicos, y se le
echó encima.
Con la sorpresa, el chico se dejó atrapar. Los otros
ya habían llegado a la carretera y cogieron piedras, gritando. Yo sentí
un gran temblor en las rodillas, y mordí con fuerza la medalla. Pero
Efrén no se dejó intimidar. Era mucho mayor y más fuerte que aquel
diablillo negruzco que retenía entre sus brazos, y echó a correr
arrastrando a su prisionero al refugio, donde le aguardábamos. Las
piedras caían a su alrededor y en el río, salpicando de agua aquella
hora abrasada. Pero Efrén saltó ágilmente sobre las pasaderas y,
arrastrando al chico, que se revolvía furiosamente, abrió la empalizada y
entró con él en el prado. Al verlo perdido, los chicos de la carretera
dieron media vuelta y echaron a correr, como gazapos, hacia sus
chabolas.
Sólo de pensar que Efrén traía a una de aquellas
furias, estoy segura de que mis hermanos sintieron el mismo pavor que
yo. Nos arrimamos al muro, con la espalda pegada a él, y un gran frío
nos subía por la garganta.
Efrén arrastró al chico unos metros,
delante de nosotros. El chico se revolvía desesperado e intentaba
morderle las piernas, pero Efrén levantó su puño enorme y rojizo y
empezó a golpearle la cara, la cabeza, la espalda. Una y otra vez, el
puño de Efrén caía, con un ruido opaco. El sol, brillaba de un modo
espeso y grande sobre la hierba y la tierra. Había un gran silencio.
Sólo oíamos el jadeo del chico, los golpes de Efrén y el fragor del río,
dulce y fresco, indiferente, a nuestras espaldas. El canto de las
cigarras parecía haberse detenido. Como todas las voces.
Efrén
estuvo un rato golpeando al chico con su gran puño. El chico, poco a
poco, fue cediendo. Al fin, cayó al suelo de rodillas, con las manos
apoyadas en la hierba. Tenía la cara oscura, del color del barro seco, y
el pelo muy largo, de un rubio mezclado de vetas negras, como quemado
por el sol. No decía nada y se quedó así, de rodillas. Luego, cayó
contra la hierba, pero levantando la cabeza, para no desfallecer del
todo. Mi hermano mayor se acercó despacio, y luego nosotros.
Parecía
mentira lo pequeño y lo delgado que era. «Por la carretera parecían
mucho más altos», pensé. Efrén estaba de pie a su lado, con sus grandes y
macizas piernas separadas, los pies calzados con gruesas botas de ante.
¡Qué enorme y brutal parecía Efrén en aquel momento!
-¿No tienes
aún bastante? -dijo en voz muy baja, sonriendo. Sus dientes, con los
colmillos salientes, brillaban al sol-. Toma, toma...
Le dio con
la bota en la espalda. Mi hermano mayor retrocedió un paso y me pisó.
Pero yo no podía moverme: estaba como clavada en el suelo. El chico se
llevó la mano a la nariz. Sangraba, no se sabía si de la boca o de
dónde. Efrén nos miró.
-Vamos -dijo-: Este ya tiene lo suyo-. Y le dio con el pie otra vez.
-¡Lárgate, puerco! ¡Lárgate en seguida!
Efrén se volvió, grande y pesado, despacioso hacia la casa, muy seguro de que le seguíamos.
Mis
hermanos, como de mala gana, como asustados, le obedecieron. Sólo yo no
podía moverme, no podía, del lado del chico. De pronto, algo raro
ocurrió dentro de mí. El chico estaba allí, tratando de incorporarse,
tosiendo. No lloraba. Tenía los ojos muy achicados, y su nariz, ancha y
aplastada, brillaba extrañamente. Estaba manchado de sangre. Por la
barbilla le caía la sangre, que empapaba sus andrajos y la hierba.
Súbitamente me miró. Y vi sus ojos de pupilas redondas, que no eran
negras, sino de un pálido color de topacio, transparentes, donde el sol
se metía y se volvía de oro. Bajé los míos, llena de una vergüenza
dolorida.
El chico se puso en pie despacio. Se debió herir en una
pierna, cuando Efrén le arrastró, porque iba cojeando hacia la
empalizada. No me atreví a mirar su espalda, renegrida, y desnuda entre
los desgarrones. Sentí ganas de llorar, no sabía exactamente por qué.
Únicamente supe decirme: "Si sólo era un niño. Si era nada más que un
niño, como otro cualquiera".
FIN
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2 a 3 de 3
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Darrer
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EMOTIVO RELATO, MI LEITO... GRACIAS POR COMPARTIR. FELIZ DIA, HERMOSA
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De: JuanJ |
Enviat: 04/11/2015 10:07 |
Gracias Leonor.. Me gustó.. Feliz miércoles amiga..
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