DIOS ENTRE LAS BOMBAS
(D.A)
Quiero transcribir a continuación un episodio, que desborda una espontaneidad y fe al tratar con Dios envidiables.
“Escucha,
Dios... Yo nunca he hablado contigo. Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás?
¿Tú sabes...? Me decían que no existías y yo... -¡tonto de mí!- creí
que era verdad. Yo nunca había mirado tu gran obra, y anoche, desde el
cráter que cavó una granada, ví tu cielo estrellado. Y comprendí que
había sido engañado.
“Yo
no sé si Tú, Dios, estrechas mi mano, pero, voy a explicarte y
comprenderás... Es bien curioso: en este horrible infierno he encontrado
la luz para mirar tu faz. Después de esto, mucho qué decirte no tengo.
Tan sólo me alegro de haberte conocido...
“¡La
señal...! Bueno, Dios, ya debo irme... Me encariñé contigo... Aún
quería decirte que, como Tú sabes, habrá lucha cruenta... Y quizá esta
misma noche llamaré a tu puerta. Aunque no fuimos nunca amigos, ¿me
dejarás entrar, si hasta ti llego?
“Pero...
¡si estoy llorando! ¿Ves, Dios mío? Se me ocurre que ya no soy tan
impío... Bueno, Dios, debo irme. ¡Buena suerte! Es raro, pero ya no temo
a la muerte”.
(Carta encontrada en el bolsillo de un soldado americano destrozado por una granada durante la 2ª Guerra Mundial).
¿Impío?
De ninguna manera. Porque miren que hace falta fe para descubrir la faz
de Dios en medio del infierno de una guerra y para tratar con Él con
esa naturalidad, confianza y cariño... Impíos más bien muchos de
nosotros que ya quisiéramos tener una fe la mitad de viva que la de ese
soldado.
Estoy
seguro que Dios sí estrechó su mano y le dejó entrar cuando aquella
noche llegó hasta Él. Como también estrechará la nuestra cada vez que
con fe le busquemos para hablar con Él en la oración. Y de igual modo
nos dejará entrar cuando hasta Él lleguemos el día de nuestra muerte, si
lo hemos descubierto y amado en todas y cada una de las circunstancias
-por duras que sean- por las que ha transcurrido nuestra vida.
Micro-reflexión:
“¡No, no estás sólo. Él está contigo!”