—No
tomes esa foto —advirtió Lawrence Collier—; es
peligroso.
Lawrence,
un joven australiano, conocía esa reserva y conocía la ferocidad de
las fieras.
—Pero
son leones mansos y, además, está permitido —le contestó la
muchacha, despreocupada.
La
joven, Judith Damien, también australiana, era amiga de Lawrence. Se
habían conocido en Australia, y había un interés más que de amigos
entre ellos. Los dos habían ido como turistas a la reserva de Masai
Mara en Nairobi, Kenia.
La
joven preparó su cámara, e iba acercándose a una de las fieras
cuando, de repente, los leones se abalanzaron sobre ella. Todo
ocurrió en un instante.
Lawrence,
que vio todo desde el vehículo, saltó en medio e interpuso su cuerpo
entre ella y los leones. La pareja de felinos hizo presa de él,
matándolo en el acto. Judith, aterrorizada, logró ponerse a salvo a
pesar de estar herida.
Esa
tarde, de vuelta al campamento, Judith dijo: «Él puso su vida por la
mía. Nunca me dijo claramente que me amaba. Ahora sí sé que de veras
me amaba.»
No
hay como una tragedia para revelar quiénes son nuestros verdaderos
amigos. El dolor, la agonía, la calamidad, revelan quiénes son las
personas que de veras nos estiman. La calamidad ahuyenta a los
distantes, pero acerca a los que nos aprecian. Es una especie de ley
muda pero cierta. La tragedia, el accidente, la enfermedad, la
muerte de un ser querido, tienen su manera de atraer a nuestro lado
aquellos que son, de veras, nuestros
amigos.
Esto
nos lleva a hacer la pregunta: ¿Cuánto amor tuvo que tener
Jesucristo para impulsarlo a entregar su vida en la cruz por
nosotros, el género humano? Cristo mismo da la respuesta: «Nadie
tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan
15:13).
Todo
amor se prueba con los hechos. Palabritas dulces las hay a montones,
y el infame seductor sabe usarlas bien. Pero una cosa es el amor
genuino, y otra, los hechos que lo
comprueban.
Jesús
expuso y dio ejemplo de la doctrina del amor verdadero. Él mismo,
por amor, dio su vida por nosotros. Su amor fue perfecto, y se
materializó en un sacrificio
perfecto.
Jesús
probó su amor hacia nosotros tomando nuestro lugar en la cruz. ¿Qué
podemos nosotros darle a Él? Podemos corresponder a su amor. Podemos
decirle: «Gracias, Señor, por lo que hiciste por mí. Mi
vida es tuya para
siempre.»
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