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General: LA NAVIDAD DE UN PERRITO ABANDONADO
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De: LEO-MARI (Missatge original) |
Enviat: 26/12/2015 15:29 |
La Navidad de un perrito abandonado
Era el primer domingo de diciembre, y yo me pregunté si era verdad lo que estaba viendo: un
automóvil se detuvo, se entreabrió una puerta trasera y alguien hizo
bajar a un perrito muy inquieto. "¡Bajate, Pulquete!", ordenó una voz
desde el interior. El pobre animalito quedó desconcertado cuando el
automóvil se alejó a toda velocidad. Me partió el corazón verlo correr
desesperado detrás del vehículo. Pulquete tendría unos seis o siete
meses; menudito, de patas largas y pelo corto color de canela, exhibía
una oreja negra de llamativo contraste. No volví a verlo hasta mucho
después, pero imagino que esa noche, agotado y tembloroso, durmió
acurrucado en el primer agujero que encontró. Por la mañana comenzó a
buscar a sus dueños. Ese día no comió y apenas bebió un poco de agua
estancada. Los días y las noches se le hacen interminables. A las dos
semanas está flaco y decaído, aunque se lo puede reconocer fácilmente
por su orejita negra. Como es muy joven comienza a olvidar a quienes lo
arrojaron a la calle. Tal vez recuerda vagamente un patio soleado donde
retozaba despreocupado. No sabe qué le pasa, pero tiene hambre y mucho
miedo porque otros perros callejeros lo corren, la gente lo echa de las
veredas y cuando cruza las calles, unos artefactos rugientes se le
vienen encima.Pero a pesar de todo, Pulquete siente una irresistible
atracción por las personas. Cuando descubre que alguien lo mira
compasivo, se le acerca tímidamente con la cabeza gacha y ojos que
imploran una caricia. Pero, invariablemente, esa persona que se detuvo
misericordiosa endurece la mirada y sigue su camino, no vaya a ser que
el pobre animal se le adose y la siga.Diez días después de presenciar
aquel acto incalificable, nuestro perro Budy, un maravilloso lanudo
grandote y bonachón, de cuatro años de edad, se nos escapa, asustado por
los cohetes, y se pierde. Lo buscamos días enteros por el barrio y por
las calles de la ciudad, pero nuestro querido Budy no apareció.Tomás,
nuestro hijo de ocho años, estaba desconsolado; nunca lo habíamos visto
tan afligido. Se acercaba la Navidad y todo hacía presagiar que la
íbamos a pasar con mucha tristeza. Budy se había alejado mucho de su
casa. Cuando se le pasó el susto intentó regresar, pero caminó en
sentido contrario y terminó en un mundo desconocido y ruidoso: el centro
de la ciudad. Durante días y noches corrió desesperadamente buscando a
su familia, hasta que el desaliento y el cansancio detuvieron su
atolondrada carrera. Su mirada vivaz se apagó y su abundante pelaje
pronto fue una maraña sucia y enredada.Un día que llovía copiosamente el
pobre Budy trotaba pegado a la pared buscando algún sitio donde
guarecerse cuando se topó con un cachorro flaco, asustado y empapado que
se detuvo y lo miró con curiosidad. El debilucho Pulquete, al que ya se
le contaban las costillas, y Budy, corpulento y greñudo, se quedaron
estáticos bajo el aguacero observándose con expectación. Pulquete, con
sus orejitas paradas, movió tímidamente la cola y Budy se le acercó para
olerlo. Enseguida se hicieron amigos y ya no se separaron en su
vagabundeo. El pequeño seguía al grande a todas partes, buscaban comida
juntos y en las noches frescas se daban calor pegaditos uno con otro.
Budy seguía con su idea fija de localizar su casa, obsesión que sólo
olvidaba temporalmente cuando se divertía con Pulquete en el novedoso
juego de perseguir automóviles y motocicletas. Llegó el 24 de diciembre.
Hacía ya catorce días que se había perdido nuestro perro, y desde
entonces Tomás casi no hablaba ni se interesaba por nada. Mi esposa y
yo, preocupados por tan prolongada apatía, decidimos llevarlo a la Misa
del gallo que se celebraba a las diez de la noche en la Catedral. No sé
cómo se nos ocurrió la idea, pero esa misma noche, al terminar la
ceremonia, cuando todavía vibraban en nuestros corazones los
conmovedores acordes del Gloria in excelsis y los ángeles aún aleteaban
sobre nuestras cabezas, comprobamos que aquella decisión no había sido
casual. Al salir de la iglesia fuimos rápidamente hasta nuestro auto
para llegar cuanto antes a casa, donde nos esperaban los abuelos de
Tomás para la cena de Nochebuena. Iba a poner el motor en marcha cuando
Tomás sale de su mutismo y me dice: Mirá, papá, ese pobre perrito,
¡qué flaco está! Me fijo donde me señalaba mi hijo y reconozco al
cachorro por su inconfundible mancha negra. Pero si es Pulquete, el
cachorro que tiraron a la calle desde un auto. ¿Te acuerdás que te lo conté? Fue antes de que se perdiera Budy. Qué desmejorado está, pobrecito. Mirá
como nos mira, papi, como si quisiera venir con nosotros...No,
Tomás..., no podemos...Quiero acariciarlo papá, por favor... ¡Ven,
perrito...!Yo sabía que si Tomás acariciaba a ese cachorro tendríamos
que llevarlo a nuestra casa. ¿Pero cómo negarle ese gesto de ternura
después de lo que había sufrido? Nos miramos resignadamente con mi
esposa y asentimos en silencio.Tomás bajó del auto y acarició
efusivamente al cachorro. Había que verlo a Pulquete, estaba loco de
alegría, movía la cola, le lamía las manos y la cara, saltaba feliz, se
tiraba panza arriba. Papá, está hambriento, tenemos que darle de
comer.Está bien, subelo al auto que lo llevamos a casa. Tomás,
entusiasmado y feliz como no lo habíamos visto en semanas, trató de
inducir al cachorro a que subiera. Pero para nuestra sorpresa, Pulquete
no avanzó. Se quedó parado expectante. Tomás insistió en llamarlo pero
el perrito, lejos de subir al auto amagó con alejarse. Se puso a
ladrarnos como si quisiera decirnos algo. Se alejaba de nosotros, se
detenía y nos ladraba. Su comportamiento era muy extraño. Tomás intentó
agarrarlo pero apenas se le acercó, el cachorro corrió para volver a
detenerse y a ladrarnos varios metros adelante. Tomás quería ir tras él,
pero se nos hacía tarde y no podíamos perder tiempo en los caprichos de
un perro desconocido. Dejalo, Tomás, es muy tarde, vamos a casa.¡Papá,
por favor...! Sube, vamos a casa, está claro que no quiere venir con
nosotros. Puse el motor en marcha y Tomás se largó a llorar. Pulquete
había vuelto a correr y ya había doblado la esquina. Lo que sucedió a
continuación todavía hoy nos emociona y no lo vamos a olvidar en
nuestras vidas. El motor del auto se detuvo inexplicablemente y no hubo
forma de hacerlo arrancar. "¿Qué pasó?, me dije inquieto, ¿Se habrá
ahogado? Sí, seguro...; bueno, paciencia, tendremos que esperar un
poco". Tomás lloraba en el asiento trasero y adiviné que mi esposa, con
la cara vuelta hacia la ventanilla, también dejaba correr algunas
lágrimas silenciosas. En eso oímos unos ladridos familiares. ¡Papá,
papá! gritó Tomás ¡Mirá! ¿Ese no es Budy? ¡Por el amor de Dios, sí,
es Budy, es Budy! exclamó mi esposa¡Era Budy ! Había reconocido el
automóvil y venía corriendo desde la esquina a toda velocidad. Y
detrás de él, ladrando entusiasmado, venía Pulquete, el cachorro
abandonado que no quiso abandonar a su amigo y por eso había tratado de
hacernos entender que debíamos esperarlo hasta que él lo fuera a buscar.
Y adivinen qué pasó cuando los dos perros estaban ya dentro de nuestro
automóvil y todos llorábamos y reíamos de alegría: el motor arrancó
apenas giréla llave. Fue como si algún ángel de Navidad, un ángel tal
vez de los animales, ¿por qué no?, hubiera dicho con una dulce sonrisa:
"Bueno, ahora sí se pueden ir todos a casa a celebrarla Nochebuena"
Desconozco su autor
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HERMOSA Y DULCE HISTORIA COMADRITA LEO... MUCHISISISISISIMAS GRACIAS POR COMPARTIR TEMAS TAN LINDOS.
FELIZ FIN DE SEMANA, PRECIOSA
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De: JuanJ |
Enviat: 27/12/2015 10:11 |
Gracias amiga Leonor por el reflexivo relato ... Feliz año nuevo amiga..
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De: finamex |
Enviat: 28/12/2015 02:01 |
LEO MARI..GRACIAS POR LA NARRACIÓN DE ESTA BELLA HISTORIA
DESEO QUE HAYAS PASADO UNA BELLA NOCHE DE NAVIDAD. |
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