Se cuenta que en una ciudad del interior de Argentina, un grupo de personas se divertían con el pelotudo del pueblo, un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas.
Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde
se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño
grande de 50 centavos y otra de tamaño menor, pero de 1 peso.
Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente
hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que
la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:
- Lo sé, no soy tan pelotudo... Vale la mitad, pero el día que escoja la
otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:
La primera: Quien parece pelotudo, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pelotudos de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos
La cuarta: (pero la conclusión más interesante)
Podemos estar bien, aún cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.
MORALEJA:
'El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pelotudo