--*-- EL MATRIMONIO FEROZ --*--
Don
León —todos lo sabemos— es el rey de la selva, y como todos los
monarcas, suele ser exigente y caprichoso. Estaba casado con doña Leona,
hembra dócil y obediente, pero un día se cansó de ella y decidió
entablar un juicio de divorcio en su contra. Solicitó sus servicios al
abogado del valle cercano y éste, después de cobrarle una excesiva
cantidad, le dio un mal consejo: si declaraba —aunque no fuera cierto—
que Doña Leona tenía mal aliento, sería suficiente para obtener el
divorcio.
Así pues, el melenudo
le dijo a Doña Leona: “Mira, hijita, que yo me separo de ti desde hoy y
voy a pedir el divorcio, porque tienes aliento de ajos podridos”. Herida
en lo más profundo de su vanidad, ella le respondió: “¡Mentira! Las
hembras de mi raza tenemos un aliento más agradable y oloroso que el de
un cabrito recién nacido.” Muy enojado Don León repuso “pues yo estoy
seguro de lo que digo, y te lo puedo probar mediante el juicio de mis
vasallos.” Doña Leona, segura de sí misma, le respondió “pues que
vengan, y ya verás que ninguna bestia podrá sostener tu calumnia.”
El juez citó a los
principales personajes de la corte para que acudieran al día siguiente a
declarar. Aquella noche marido y mujer durmieron en cuevas separadas
para evitar pleitos y discusiones. Cada uno estaba seguro de que el
juicio le sería favorable.
Para acudir a la
audiencia Doña Leona se preparó con gran esmero, se bañó con jabón de
los príncipes del Congo e hizo enjuagues bucales con un elíxir especial,
hecho de auténtico jugo de papa. Horas después sus dos leoninas
majestades anunciaron que estaban listas para dar inicio a la sesión.
El primer testigo fue
Don Burro, que introdujo sus narices en las fauces de Doña Leona y
aspiró dos o tres veces. Como Don León ya le había entregado dinero en
un sobre para corromperlo, al sacar la cabeza hizo un gesto de repulsión
y afirmó “huele muy mal”. Se apartó unos veinte pasos para volver a su
corral, pero a medio camino le salió al paso Doña Leona y lo atacó con
gran ferocidad para vengarse. El segundo testigo fue el caballo que, al
oler el aliento de Doña Leona, dijo simplemente la verdad: “es un aroma
exquisito”. Al instante Don León se le echó encima y lo hirió con garras
y dientes.
Tocó el turno del mono
que, viendo lo que había ocurrido, quiso salvar su pellejo. Luego de
oler el hocico de Doña Leona aseguró: “a veces huele bien, y a veces
mal”. Don León y Doña Leona se le echaron encima y entre los dos
acabaron con él. El último testigo fue la zorra que metió toda la cabeza
en el hocico de Doña Leona. Al sacarla, sacudiendo las orejitas y muy
pensativa, miró primero a Don León y luego a Doña Leona… Haciendo un
gesto de disgusto, les dijo: “No puedo oler, porque ando agripada” y
salió corriendo de allí.