Archiduquesa de los Imperios Americanos, maja, muy
maja, majísima amiga de León el Nuevo ... díceme Us-
ted que me sigue, y dígole yo que a Usted le persigo ...
Echemos hacia atrás la mirada y volvamos a aquel ama-
necer de un domingo del mes de abril, recordemos los
muchos acontecimientos que sucedieron en los recintos
interiores y acristalados de la Mansión Imperial de los
Positivos, en los Jardines circundantes o en los aledaños
de las Fuentes del Paraíso.
Se me estrecha el corazón, se me hace difícil hablar de o
relatar lo sucedido durante aquellas horas últimas de la
noche y durante las primeras horas de la aurora del día
que siguió.
Sí, Leonesa, aquéllas fueron horas muy duras, muy fuer-
tes, horas asfixiantes.
Tuve la fortuna de encontrar, cuando yo ya me sentía muy
abatido y muy injustamente tratado, a un hombre justo, a
un hombre correctísimo, a un hombre de intachable proce-
der ...
Sabes y recordarás, queridísima Sccherezada que en la
celda municipal de Monterrey, México, entró él, me miró, me
examinó de manera cordial y amablemente me preguntó
qué había ocurrido horas antes, me pidió que tratara de
explicarle cuantos detalles y pormenores recordase de
aquella accidentada noche de sábado a domingo de un
día del mes de abril.
Fue entonces cuando conocí al Comisario Pérez, hombre
recto, honesto, justo, íntegro ... un caballero leonés.
Muacssss