Este año me pilló por sorpresa la fiesta de Cristo Rey, así que de repente al domingo siguiente empezaba el Adviento. ¡Qué mal!, qué despiste, qué empanada estoy… Pero bueno, es un hecho, ya estamos en la 1ª semana de Adviento y yo me he subido al carro en marcha.
El otro día estuve haciendo la compra en un hipermercado y vi que había calendarios de adviento de esos que abres una ventanita y hay una chocolatina. Pensé: “¡qué bien!, voy a llevar para mis hijos.” Y encontré un montón con súper héroes, personajes de dibujos animados… pero de verdad relativos al Adviento sólo había 5 unidades: 3 con un Nacimiento y 2 con los Reyes Magos. ¡En fin!, que los humanos somos así: aprovechamos cualquier acontecimiento para vender y/o consumir aunque lo vaciemos de su verdadero contenido. ¡Qué pena!
Por otro lado hoy he ido al colegio de mi hija a un asunto y he aprovechado para confesarme - hacía tiempo que no “encontraba” el momento y he dicho “de hoy no pasa”- y en el oratorio había una corona de Adviento preciosa, plena de contenido y seguro que hecha con amor a Dios y a los demás. De hecho la foto que ilustra este artículo es de esa corona.
El caso es que desde el día de Cristo Rey no he parado de darle vueltas a una idea: cada Adviento empezamos a preparar la Navidad, ponemos el belén, el árbol, los adornos que cada uno ponga, los villancicos, la carta a los Reyes Magos, los menús de las fiestas, etc., etc. Pero ¿qué es lo que esperamos, qué es lo que preparamos?
Quiero decir: ¿esperamos al Mesías en plan Antiguo Testamento?: al Salvador, al Restaurador del orden; ¿o esperamos al Mesías en plan Nuevo Testamento porque ahora sabemos más cosas?: al Hijo de Dios hecho Hombre, al Redentor de nuestras almas, al que va a librarnos del pecado y la muerte, al Hermano que viene a abrirnos las puertas de nuestra casa, que eso es el Cielo.
¿Qué esperamos? ¿A quién? ¿Cómo? ¿Esperamos a Jesús con muchas ganas para que Él venga y lo arregle todo? Porque aunque Él venga para eso nosotros debemos colaborar, debemos participar en nuestra propia redención. Y si no le hacemos sitio, ¿dónde va a nacer?, ¿dónde va a vivir?
¿Qué Adviento vamos a vivir? No sé tú, seguro que no te ha pasado como a mí y no te ha pillado el toro. Yo voy a intentar enmendar este fallo y vivir un Adviento como Dios manda.
Partiendo de la idea de hacerle sitio al Niño Jesús para que pueda nacer en un lugar donde se le espera, donde se le quiere, donde se le desea de corazón, he empezado por limpiar el pesebre que es mi alma. Ahora me toca mantenerlo limpio y empezar a adecentarlo y adornarlo, perfumarlo, transformarlo en un hogar acogedor para Él, a donde esté deseando llegar y quedarse porque sabe que aquí se le quiere.
(Guadalupe Garcia, Religión en Libertad)