Adoro a la gente que no defrauda. Me gustan las personas que permanecen, que no descontextualizan, que no dramatizan, que no decepcionan. Me gustan porque con ellas aprendo a quererme cuando los miedos asoman y las debilidades manejan mi vida.
También me gustan porque están en días soleados y en días lluviosos, porque me han demostrado que siempre son un buen abrazo, que la gente merece la pena y que aún hay algo en este mundo que permanece.
Y es que hay gente que es bonita todos los días del año, que nos ayuda a entender con la melodía más bella que aquello que emana del corazón es aquello que nos eleva y que nos huele a hogar. Más que nada porque el hogar está dentro de ellos, en su lugar en nuestra vida.
La otra cara de la moneda, las personas que restan
Porque también hay otra realidad en las personas de las que nos rodeamos, la cruz de la cara. Ellas son las personas con las que nos decepcionamos, las que nos hacen desconfiar injustamente de la gente buena, las que nos hacen pensar que la honestidad, la sensibilidad y el respeto brillan por su ausencia en este mundo de locos.
Estas son las personas que prefieren dejarnos de hablar antes que pedir perdón por algo que hicieron mal. También las hay que se distancian porque simplemente la relación ya no les interesa o que dejan que los malos entendidos manejen kilómetros emocionales.
Con ellas es difícil dejar que nuestro corazón lata sin dolor. Se nos hace imposible querer sin culpa o abrazar sin miedo. Pero las fachadas caen por su propio peso, las gomas de las máscaras se rompen y la verdad se grita a sí misma volviéndose eco.
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La comprensión a través del alma
Hay personas con las que nos entendemos con una mirada, pues la complicidad atraviesa el alma. Y es que quienes le dan sentido a nuestra vida son aquellas personas con las que la compartimos.
Con ellos es más difícil disimular una sonrisa que explicar porqué estamos tristes. Con ellos vamos a contracorriente. Ellos quieren salvarte, miran por tu bien, quieren que sucedas, que recibas impulso, que salgas del hoyo.
Y el sentimiento es mutuo. Eso es lo que hace que estas relaciones sean tan significativas, tan propias, tan nuestras. Porque en ellas está parte de nuestra esencia, de nuestro agarre y de nuestro orgullo.Compartir
Por eso nos gusta esta gente que no defrauda nunca, porque va de frente y te mira a los ojos. Porque te hace espabilar, porque acaricia tus heridas, porque llena de amor cada logro y cada pequeño detalle.
Es complicado abrazar sin miedo cuando hemos tenido que sobrevivir a un portazo, a un golpe que nos silenció, que nos hizo tragar saliva, que nos abrió una herida y nos obligó a retemblarnos de frío.
Pero gracias a esto sabemos reconocer a la legua la incondicionalidad, la bondad inabarcable, la humildad, la honestidad, la amabilidad, el respeto y el cariño sincero. Así sabemos que debemos alejarnos del egoísmo, de la amargura, de la hipocresía y de la soberbia.
Así seguiremos acercándonos a la gente que no defrauda, rodeándonos de aquellas personas que decoran con sonrisas los obstáculos, que le echan un pulso a la vida.Compartir
Es que elegir con quien compartir la vida es una de las casualidades más bonitas que existen. Siempre habrá unas personas que restan, otras que suman, otras que aportan y otras que enganchan. Pero luego estarán aquellas de las que es imposible separarse, aunque cientos de kilómetros lo hagan.
lameneesmaravillosa.com