Todos los días de nuestra vida, Dios nos da junto con los elemento necesarios para vivir, un momento en el que nos es posible cambiar todo aquello que nos hace infelices. Todos los días de nuestra existencia, lo percibamos o no, existe ese momento mágico. Quizá por ignorancia, tal vez por negación, digamos que todos los días son iguales, que hoy es igual que ayer y qué será igual a mañana. Quien preste atención a su día, descubrirá ese momento mágico. Ese momento, puede estar escondido en la hora en que metemos la llave en el switch de nuestro auto por la mañana al dirigirnos a nuestro trabajo, quizá en el instante de silencio después del almuerzo o en cualquiera de las mil y una cosas que a simple vista nos parecen iguales. Sin embargo, ese momento existe: es el momento en que toda la energía de las estrellas pasa a través de nosotros y hace posible el milagro de convertir lo que nos hará infelices en algo que nos haga felices.
Damos por hecho que la felicidad es una bendición, pero la realidad es que por lo general ésta, es una conquista. En la búsqueda de la felicidad, es posible que encontremos momentos difíciles y afrontemos muchas desilusiones, pero todo esto es pasajero y no deja marcas. Y en el futuro, cuando conquistemos la felicidad, podremos mirar hacia atrás y con orgullo ver, que supimos aprovechar el momento mágico.
Pobre de aquel que por temor no corre riesgos. Porque ése quizá nunca sufra una decepción, ni tenga desilusiones, ni sufra como aquellos que persiguen un sueño. Pero cuando mire hacia atrás -porque siempre tendemos a mirar hacia atrás- oirá a su corazón decirle: ¿Que hiciste con los talento que tu maestro te confió? Los escondiste en el fondo de una cueva, por temor a perderlo. Entonces esta es tu herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida.
Pobre del que escuche estas palabras. Porque entonces creerá en los milagros, pero los momentos mágicos de su vida habrán pasado.