Aun cuando el día esté nublado o lluvioso, la luz divina resplandece todo el tiempo por medio de mí como el sol. El dirigirme a mi interior me pone en contacto con mi esencia divina. Tomo conciencia de todo el resplandor que proviene de mi interior. Siempre existe abundancia de luz irradiando en mi corazón y mente. La luz de mi ser disipa toda sombra.
Mi alma rebosa de luz. Yo soy un canal por medio del cual Dios se expresa. Existen tanto gozo y calidez en mí que tengo que compartirlos en mis interacciones. Mi perspectiva refulgente es contagiosa. Eleva a las personas a mi alrededor y las pone en contacto con su propia luz. También son motivadas a compartir la luz en ellas. La luz divina exuda de mí para alumbrar el mundo.
El Salmo 23 afirma consuelo a lo largo del valle más sombrío. A veces, puede que parezca que sólo al encontrarme en un valle sombrío puedo apreciar la sustancia espiritual que me rodea. La fe me recuerda que el consuelo es una cualidad del Espíritu que no depende de las condiciones ni circunstancias en mi vida.
Esta conciencia también me ayuda a ser una fuente de aliento y serenidad para los demás. Puedo serlo cuando reemplazo el drama y el juicio con paz y amor. En cada oportunidad, aun a través de aparentes valles sombríos, encuentro tiempo para aquietarme y saber. Nada puede perturbar la calma que siento y la serenidad que comparto con otros.
Sé que tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y que en tu casa, oh Señor, viviré por largos días.—Salmo 23:6